Pasquines revolucionarios. Llamados a la consciencia; gritar rebeldía, no dejarnos pisotear y defender la libertad, y tantas más consignas por el estilo (las vivieron aquellas mujeres y hombre de 1810 y también hoy nosotros) nos llegan diariamente por correos, redes, las vemos por televisión y escuchamos en radios afines a nuestra forma de pensar la realidad, u otras que se nos cuelan atrevidamente, incómodamente, porque nos disgustan.
De tanto en tanto, y como tragando un vómito, cambiamos de canal, de sintonía; hacemos de tripas corazón, y escuchamos con asco y como haciendo penitencias, a los opinadores contrarios. Nos decimos que “es conveniente escuchar al enemigo”, saber cómo piensan esa misma realidad que nos atraviesa a todos, aunque a muchos hambreé y mate, mientras que a otros les da tema de conversación, y con la que una gran mayoría se rasga las vestiduras desde su conciencia católica, su pasado izquierdista, o su humanismo descafeinado.
¿Dónde hemos llegado? Qué significan las cosas cuando, con el mismo nombre, la misma forma, y similares consecuencias, nos dibujan realidades tan distintas. ¿Qué hacer delante de esta esquizofrenia social, a la que llaman grieta, sempiterna desde los mismos orígenes de este bendito país “que supimos construir”, y que lejos del desarrollo de las ciencias, del progreso de la tecnología, y los avances de los que tanto nos congratulamos, avanza hacia el abismo que terminará… ¿tragándonos?
“La nada avanza impasiblemente desapareciendo a su paso todo lo que constituía la realidad en la que vivían los felices ciudadanos de Fantasía”. A Bástian Baltazar Bux le costó entender que la única cosa que detendría la destrucción de Fantasía, por la enfermedad de La Emperatriz y la salvación del país, era que él se metiera en la historia y cumpliese el mandato, del que es empoderado Atreyu para evitar ese trágico destino.
De La Historia Interminable Michael Ende
No les voy a contar más, porque no la recuerdo con toda la fidelidad que me gustaría (aunque me prometo releerla), y porque solo de leerla es desde donde se puede entender la metáfora. Lo que sí les recomiendo es su lectura, llena de mensajes tan actuales que tal vez nos lleven a dejar de leer la historia actual, como pasivos observadores de ella y meternos como protagonistas hasta el tuétano, para impedir que nos engulla el vacío.
Convertirnos en ese joven cazador que tiene como misión enfrentarse a todos los innumerables peligros que están en la raíz de lo que le pasa a su pequeño país imaginado en La Historia interminable.
Nuestra historia, ésta de la que se cumplieron un poco más de 210 años, pero que empieza mucho antes, cuando el tiempo aún no se medía, es como esa Historia Sin Fin reflejada por el escritor alemán hace más de 40 años.
Porque nos está tragando La Nada, esa entidad compuesta de tristeza, abulia, apatía, odio, miedo, desesperanza, descreimiento, desconfianza y escepticismo. En la nos vemos cayendo a una existencia privada de objetivos, de la mano de discursos ingenuos, tal vez sinceros y llenos de buenas intenciones, pero un tanto infantiles, parecido a meternos debajo de las sábanas con una linterna para ocultarnos de los miedos que sabemos productos de nuestra imaginación, aunque también nos puedan dañar seriamente.
Afuera, agazapados como fieras sedientas de revancha y violencia, las fieras a las que les hemos dado entidad como iguales, mezclados con nosotros como si fuesen nuestros semejantes, nos amenazan con sus relatos procaces cargados de desprecio, porque nos sienten usurpadores de sus privilegios. Somos los negros, los cabecitas, los pobres, que pretendemos reclamar derechos que, por divinos, les fueron otorgados por dios, por el rey, o quien sabe que fuerza misteriosa los nombró como elegidos y “de ellos fueron las mieles”, como suyos sienten el mundo.
No sé si seremos capaces de encontrar respuesta en la novela de ficción que les recomiendo. Es más, no sé si hay respuesta; a lo mejor es verdad que hay un Fulgur, dragones de la suerte; aunque seguramente tendremos que atravesar pantanos de espectros y bosques malignos, como en el cuento.
O a lo mejor se llama AMOR, no ese invento romántico y empalagoso, sino la misma energía que unió óvulos y espermatozoides, o que atan indisolublemente amistades auténticas. O esa fuerza capaz de mover montañas, liberar países oprimidos, luchar por la justicia y acabar nuestra existencia sintiendo que contribuímos a un mundo mejor. En ese caso si existirá la magia y desde ella, haciendo lo que tenemos que hacer, volveremos a vivir en esta tierra, que será de todos.
Dr. Carlos Nieto
Oga Cultura y Transformación