La vecina docente por oficio y vocación, Susana Martino, envió esta joya en forma de cuento corto. Una mujer y su padre, ya anciano, componen este escrito:
Solo para comprobar una vez más que él había perdido para siempre la memoria, lo condujo al lugar donde podría tener esa certeza.
Con la excusa que la tarde estaba hermosa lo convenció para salir y no quedarse adentro charlando como siempre. Charlando es una manera de decir, contestando sus mismas preguntas, porque las olvidaba al instante de hacerlas.
Caminaban. Él caminaba unos pasos y se detenía apoyado en su trípode, ese que detestaba, pero que usaba porque se lo habían impuesto después de tantas caídas.
Finalmente llegaron al sitio, un taller mecánico, de chapa y pintura, ese por el que ella pasaba cada día de camino al geriátrico. Estaba cerrado, era domingo, pero igual se sentía el olor penetrante, era el mismo que conocía desde pequeña por el oficio de su padre. Llegados allí, le pregunta inquieta y anhelante: “¿hueles papá -espera unos instantes que le parecen eternos- a qué te hace recordar este olor?.
El hombre respiró profundamente, tal vez más por cariño, para responderle a aquel ser que había engendrado cincuenta y ocho años antes de ese día, único ser al que seguía reconociendo, e hizo un esfuerzo enorme, seguramente hueco, sin encontrar pasado donde anclarse, en un cerebro que hacía rato había desistido de recuerdos y dijo: «Nena que olor fuerte”, lo que su sistema olfativo le dictaba…Ella ocultó sus lágrimas, y él preguntó. “Nena ¿Dónde vamos?”.
La hija insiste con el olor, con la esperanza aún de que sus palabras evoquen lo que ya no evocaban, «es el olor de tu taller…”, y el hombre –vaya a saber de dónde surge la luz que pronto se apaga- contesta sonriente: “si ,mi taller… ¿yo tenía un taller?» Y vuelve a preguntarle: «¿Nena dónde vamos?».