La adulación: bombones envenenados

“Lo que escribo son bombones envenenados, la poesía concebida como esa belleza que encubre el espanto, el malestar en la cultura”
Liliana Herr

Aunque de los estudios de Lacan sobre lo Real, lo Imaginario, y lo Simbólico; de lo que Liliana Herr nos propone con sus “bombones envenenados”, desde la poesía y la escritura, nos cueste llegar al núcleo de estas notas, que vienen a querer relacionar el espanto que se esconde tras la belleza, trataremos de dar un salto (al vacío) al vincular las sensaciones de bienestar e incomodidad que se producen simultáneamente, delante del ejercicio de la adulación, esa alabanza exagerada y a la vez interesada que se hace de alguien y del que no solo se pretende obtener su complacencia, sino también sacar provecho personal.

Seguramente a todos nos ha tocado experimentar esa extraña sensación delante del halago desproporcionado, generalmente de alguien que no nos conoce demasiado bien. Porque por una parte, nos gusta ser reconocidos y admirados, aunque en ello vaya mucho de nuestro narcisismo y anhelos de perfección, y por la otra la incomodidad de sentir que nos quedan grandes los piropos.

En tercer lugar, la sospecha de que ese camelo busca obtener ventajas que no imaginamos.

Hasta aquí lo de “bombones”.

Lo de “envenenados” sería porque, por parecernos ser lo insuficientemente hábiles, inteligentes, como para ver venir la jugada y adelantarnos a sus consecuencias, presumiblemente desagradables o abiertamente perniciosas; nos dejamos arrullar por esos cantos de sirena y terminamos estrellados tragados por nuestro ego.

Es decir, se precisan dos sujetos para establecer el juego y que este tenga éxito: un receptor, más o menos narcisista, vanidoso o inseguro, y el embaucador consciente y con una clara estrategia de estafa, o su variante más “inocente”, sujeto de una personalidad seductora que esconda a su vez sus propios complejos, por ejemplo obtener beneficios valiéndose de estas artimañas porque carece de los recursos propios suficientes para hacerlo con mayor legalidad, es decir una persona antipática que sobreactúa sus perturbaciones.

Sobre el narcisismo, la vanidad, o la inseguridad personal es mucho lo que se puede decir, pero estaría enmarcado en un estudio más de orden psicológico, que no es la finalidad de estos pensamientos que están leyendo. Sobre el procedimiento avieso y planificado como fraude o engaño, seguramente tendrán mucho más por decir las disciplinas legistas que intentan reglamentar los comportamientos honestos, afrontando los delincuenciales, etcétera.

Así que nos detendremos en aquellos sujetos que utilizan este tipo de seducción con el fin de compensar méritos faltantes, más saludables, de los que parecen carecer.

Son individuos halagadores y salameros, cuasi profesionales (vendedores), que tan pronto fracasan en sus intentos se convierten en difamadores crueles y obsesivos; convencidos de la veracidad y sinceridad de sus afirmaciones. Se rasgan las vestiduras hasta la espectacularidad sosteniendo la irrefutable verdad de sus falsas aseveraciones, palabras melosas, y se presentan como víctimas impiadosas del escarnio sufrido por la o el, que se supone, en otro tiempo era casi santo de su devoción y admiración.

Son mentirosos y fabuladores cuando se trata de ampliar su práctica y dirigirla hacia entidades en las que ellos no participan (probablemente porque no fueron admitidos o no se sintieron capacitados a integrarse), que probablemente envidien; o hacia un estatus que los sobrepasa porque siempre han empleado mucho más el tiempo y energía en compararse y competir que en formarse y prepararse para mejorar.

Son maestros de la falsa información, tanto como de espejismos, que terminan creyéndoselos, convencidos de ser las víctimas de infames fuerzas que se oponen a los designios divinos de los que ellos serían sus líderes naturales.

Empezamos con los adulones, falsarios portavoces de verdades intencionadamente destructivas, y estamos terminando con los mentirosos, kamikazes capaces de inmolarse aniquilando cualquier realidad que no sea la suya.

Lamentablemente no hay recetas ni manuales de prevención ante estos personajes, más que estar prevenidos; huir de estos falsos dioses de la amistad pregonada, del amor incondicional y generoso, de la humildad proclamada a gritos (yo siempre digo lo que pienso; yo siempre voy de frente, etcétera), y de una simpatía exagerada que nos quiere vender espejitos de vanidad donde mirarnos.

Nos los vamos a encontrar entre los amigos de segunda fila y los arribados inesperadamente; entre los políticos oportunistas y profetas de esperanzas dibujadas sobre las carencias padecidas.

Estarán en todos los lugares y sitios donde haya un interés del que puedan beneficiarse, y vendrán con sus bombones envenenados llenos de odio disfrazado con sonrisas; con amabilidades que esconden puñales de resentimiento por sus propios fracasos.

En palmadas y palabras llenas de inquina que bajen nuestras defensas hasta hacernos vulnerables al vampirismo que necesitan ejercer, porque de eso viven, ya que su sangre es ponzoñosa y, como el cuento del escorpión cruzando el río, su naturaleza les impide otra conducta. Tenemos que pensar que estos personajes carecen de pudor, es decir no se avergüenzan de sus excentricidades ni miden sus desmedidos elogios.

Por todo lo demás, son lo más parecido a un amigo, un familiar, un/a amante, un correligionario, o un compañero de pensamientos y andanzas. No tienen ninguna señal exterior que los identifique, como el meñique tieso, o un lóbulo de oreja puntiagudo. Y como dicen los gallegos (de Galicia) de las brujas: “que las hay….haylas”.

Como dijo alguien, que no recuerdo: “a los verdaderos amigos se los puede tener lejos, nunca se pierden; a los enemigos conviene tenerlos al lado, no perderlos de vista”.

Dr. Carlos Nieto
Oga Cultura y Transformación.