La mezquindad

Falto de generosidad; de nobleza de espíritu. Pequeño, diminuto.

Ruin, vil y sórdido en sus comportamientos. Que ponen de manifiesto un gran egoísmo.

Sujeto insignificante que produce pena o lástima por la falta de grandeza necesaria que demuestra en su vida de relación, para vivir en comunidad.

Aunque podamos utilizarlo como un insulto; descalificar con ella las cualidades de un sujeto incapaz de vivir en comunidad, en la solidaridad y generosidad necesarias como para resolver las falencias y limitaciones propias de nuestra especie, les propongo abordar con amplitud el alcance de este concepto, dado que seguramente todos nos veremos incluidos, en mayor o menor parte, en él.

Hemos instituido al dinero como recurso de cambio, transacción, y valor, además de principio de poder; es en él donde se ven reflejados las mayores aplicaciones de lo que queremos tratar. Y a la propiedad privada, estrechamente vinculada, como factores donde se manifiestan sus mayores cualidades (a las de la mezquindad me refiero)

Empecemos entonces por decir que para el mezquino no hay otro valor que el que se deriva de su codicia, y la imperiosa y vil necesidad de apego a todo lo que considere que le da poder y seguridad, aunque por ello paguen un alto precio los afectos, incluida su propia salud.

No tendrá amigos ni persona cercana que dobleguen su compulsiva obsesión por sus intereses, no por necesidad real o el moderado apego que tenga por sus cosas; es mucho más fuerte, responde a su mundo fantasmático de carencias y desconfianzas que obnubilan su razón y a través de justificaciones y excusas, enceguecen y se ensordecen ante cualquier reclamo que los ponga en la evidencia de su comportamiento cicatero y ruín.

Por supuesto que son insensibles a la crítica, e incapaces de reconocer errores propios, siempre atribuibles a un otro responsable de su actitud; por otro lado “natural y universal” (¡es normal, todos lo hacen!).

Cuando el trato es con sujetos sin vinculación afectiva, las consecuencias no pasan de un enojo transitorio por la estafa y deslealtad sufridas; y la rápida resolución del conflicto vía la elución o la limitación de los efectos colaterales que produzca esa mala experiencia.

Distinto es cuando la expectativa generada por los afectos, por la empatía, el error perceptivo o la necesidad que disfraza muchas realidades, o la propia inocencia, nos aboca a una confianza traicionada o manipulada, que deviene rápidamente en frustración y decepción generalizada , y  nos instala en esa horrible sensación de soledad e incomprensión, en las que las utopías se convierten en quimeras, y los soñadores en delirantes.

No es un comportamiento exclusivo de ciertas personalidades adaptadas a esos traumas históricos instalados como falsos mecanismos de defensa; se extiende a momentos y ocasiones mucho más universales en la vida y presente de muchos de nosotros. Pero sin que se instale la necedad, también podemos neutralizarlos en la conciencia de sabernos falibles, y en proceso de crecimiento.

Si esto no ocurriese, o si fuese lento ese proceso de las impresiones que captan nuestros sentidos, es cuando, en ese caso, transitamos períodos más o menos breves del sentimiento de estar solos en un mundo hostil, en el que no encajamos.

Sabiendo que no podemos elegir los cambios adaptativos que nos sumerjan en “la normalidad”, ni adoptar posiciones pasatistas, indiferentes o insensibles; que “la lucha es cruel y es mucha” y caímos de este lado de la trinchera. En la que no caben los lamentos ni la huída, y nos sentimos “condenados a persistir”, a pesar de nosotros mismos.

La mezquindad. Junto al cinismo, y la necedad, representan como los jinetes del apocalipsis: blanco la conquista, el poder; rojo, la guerra, el odio; negro el hambre, la miseria, y pálido, la muerte, el final, el fin de la condición humana, y el pasaje a una apocalipsis zombie, al estilo de Nostradamus o la ficción catastrófica, en la que sin llegar a la invasión de los muertos vivientes, presenciaremos la de los vivos muertos escribiendo la futura historia de la humanidad. 

Hemos escrito la historia de todas las maneras posibles. Con actos terribles de holocaustos y genocidios; con mentiras y montajes al mejor estilo Hollywood. Pero también con mitos, fábulas y ficciones, como la biblia de los católicos, o la mitología griega. ¿Todo para qué? Para insistir sobre la existencia de otras realidades cohabitando la de la apariencia, la que nuestros cinco sentidos nos otorgan. Pero no toda la realidad en la que vivimos.

Esta es otra historia y merece ser contada en otra ocasión.

La caja de Pandora está abierta y derramando sus siete males; entre ellos podríamos distinguir, si así quisiéramos hacer, la desconfianza que se instala en la mezquindad, la avaricia, y la ruindad, junto a todas las otras pestes que allí estaban encerradas.

Es cierto que aún permanece en su fondo la Esperanza; tal vez ella pueda ser el instrumento que nos devuelva a recuperar nuestra esencia.

Dr. Carlos Nieto

Oga Cultura y Transformación