UNA FOTO*

Sepia es el color desteñido de los recuerdos .

Una foto en sepia era indicio de antigüedad, actualmente por magia de la tecnología cualquier foto puede verse como antigua.

Pero la fotografía que observo es de mi infancia, o sea una antigüedad.

No sé con certeza la edad que tenía. Cuando no estoy segura de qué época es la foto  busco algo como referencia, hacerlo me es útil.

La imagen no es muy nítida pero reconozco el tapado verde de corderoy con el cuello de corderito, las medias tres cuarto al tono, el gorro de lana tejido por mi abuela con el prendedor del escarabajo cuyo cuerpo es una piedra brillante color esmeralda, que fueron regalos de mi octavo cumpleaños; es posible que tuviera esa edad el día que nos fotografiaron.

Conmigo en la foto están mis primos Ana y Marcelo y deduzco que falta Claudio porque aún no había nacido. Esto confirma que yo tenía ocho años, mis primos siete y cuatro respectivamente.

Los tres niños están muy abrigados, posiblemente la foto fue tomada en julio, porque era para las vacaciones de invierno que los primos venían a quedarse unos días en casa y mamá nos llevaba a pasear.

Mi hermana no está en la foto, No le gusta ser fotografiada ahora a sus sesenta y siete años, ni a sus doce, edad que tenía cuando nos sacamos la fotografía para la que no quiso posar.

Estamos los tres primos sentados en la fuente del Jardín Zoológico. Seguramente habíamos realizado como todos los años el rito de arrojar una moneda a la fuente pidiendo un deseo. Marcelo lo ha dicho en voz alta y Ana lo recrimina: «Nene los deseos son secretos, no se te va a cumplir». Él llora en brazos de su tía,mi madre ,que para consolarlo le asegura que la diosa de las aguas le cumplirá lo deseado.

No habrá logrado convencerlo porque en la foto tiene gesto de enojo y ojitos llorosos.

Miro nuevamente la imágen y pienso: un recortado fragmento del pasado es capaz de  provocar tantos recuerdos, tal vez sea mentira que quedan congelados, a mí me resultan siempre cálidos. También por eso me gustan las fotografías por su capacidad de despertar evocaciones.

Vuelvo a observar.

La fuente es circular de cemento pintada a la cal. En el centro hay una estatua de mármol o de granito no logro distinguir el material, la textura del papel fotográfico desgastado muestra sus años. La escultura es una mujer de pelo rizado tapándose pudorosamente los senos y el pubis con las manos. No recuerdo si me llamaba la atención esa señora, que ahora me resulta parecida a la Venus o Afrodita de Botticelli.

Lo que no he olvidado es el sonido del agua de esa fuente y sus gotas queriendo mojarnos.

Estábamos pendiente del surtidor de agua, un pico de metal de fundición verde oscuro del que caía un ligero chorro que nos salpicaba. Mamá apuraba al fotógrafo, no quería siendo invierno que los niños mojados se enfermasen.

Mi hermana seguramente deseaba lo mismo que mamá respecto al fotógrafo pero por otra razón, era una adolescente aburrida acompañándonos a la fuerza y el señor tardaba demasiado acomodándonos para que saliéramos bien .

Y así me veo a los ocho años, mi melena era corta, lacia y negra como luce en la foto .Fue en la pubertad cuando comenzó a ondularse supongo producto de los cambios hormonales y de mi personalidad. Desde entonces mi cabellera es larga, enrulada y conserva relativamente el negro por las incipientes canas.

La niña que yo era no intuía esos cambios.

Con la visión de la foto recobro olores del lugar, aromas penetrantes, hedores procedentes de las jaulas de las fieras.

 Pienso: Sarmiento, el fundador del Zoo, nunca pudo suponer que una sociedad protectora de animales los iba a devolver a su hábitat y ese escenario público visitado por tantas infancias se convertiría en lo que es hoy: un espacio privado llamado Ecoparque.

Menos aún Domingo Faustino podía imaginar que muchos años después, maestras como lo será la niña de la foto, no lo recordarán con cariño los once de septiembre, día del maestro, porque la historia reveló que el «progresismo» que desarrolló siendo Presidente de la Nación fue discriminatorio y colonizante.

Nada de estos pensamientos ni saberes tiene aquella criatura de ocho años en el momento de ser fotografiada.

Imposible imaginar qué pensaban los tres primos ese día. Puedo suponer que las niñas estaban contentas por sus rostros sonrientes y los ojos vivaces de alegría. ¿Sería solo posar para una foto? Me aventuro a creer que estaban realmente felices porque cada año  esperaban ansiosas ese paseo. El chiquillo sostiene entre sus manos la caja de alimentos para animales, que fue otro motivo de llanto cuando su hermana volvió a retarlo: » Nene, no son para vos las galletitas, son para los animales, además la tía dijo que solo comamos el bombón grandote porque los animales pueden atragantarse». Ana, la hermana mayor, siempre lo aleccionaba, pobre Marcelo como para no salir en la foto con gesto de enfado. 

Atesoro esa foto como el recuerdo de los primos con quienes compartimos tantos momentos de la infancia y que ya adultos no nos hemos vuelto a ver.

Recientemente en un grupo de facebook de fotos antiguas de Buenos Aires, alguien subió una foto calcada de la mía. En su explicación se leía : En la antigua fuente del Jardín Zoológico mi hermano y yo.

Una foto que creí única como lo creería la niñita de la foto con sus ocho años. ¡Qué desilusión!

La fuente con la doncella era el lugar elegido por aquel fotógrafo que apoyaba en el trípode una y otra vez su cámara Corona tapada por un paño negro para ganarse la vida, sabiendo que instantes,solo instantes después al revelarla, nos devolvería un recuerdo imborrable.

 

*Por Susana Martino, prof. en Cs. de la Educación