UN POEMA PARA HONRAR LA VIDA

Un poema de Nadia Anjuman, poeta afgana.

No tengo ganas de abrir la boca

¿Qué debo cantar?

Yo, odiada por la vida,

No hay diferencia entre cantar y no cantar.

 

¿Por qué debo hablar de la dulzura

Cuando siento tanta amargura?

Oh, el festín del opresor

Me tocó la boca.

 

No tengo ni un compañero en esta vida

¿Para quién puedo ser dulce?

No hay diferencia entre hablar, reír,

Morir, ser.

 

Yo con mi soledad agotada

Con dolor y tristeza.

Nací para nada.

La boca se debe precintar.

 

Oh, mi corazón, ya sabes que es primavera

Y momento para celebrar.

¿Qué debo hacer con un ala atrapada,

que no me deja volar?

 

He estado callada demasiado tiempo

Pero nunca olvido la melodía,

Porque cada momento cuchicheo

Las canciones de mi corazón

Que me recuerdan el

Día que voy a romper la jaula.

 

Volar de esta soledad

Y cantar con melancolía.

No soy un débil álamo

Que cualquier viento va a sacudir.

 

Soy una mujer afgana,

Así que sólo tiene sentido gemir.

Nadia Anjuman (Herat, 1980-2005).

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(Fue una poeta y periodista afgana. Destacada impulsora de los derechos de las mujeres, creando círculos de lectura en contra del régimen de su país. Publicó en 2005, mientras vivía, el libro Gol-e dudi. Fue asesinada a golpes por su esposo y por la familia de éste.)

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Lloro por vos Nadia

Por todas las Nadias, las palestinas, las mujeres  Saharahuis, y pueblos  oprimidos del mundo. 

Lloro todas las lágrimas que en vuestros ojos se secaron.

Se me cierra el corazón, palidece mi piel, languidece mi ser, por la angustia y el espanto de saberlos condenados.

 

Derrama mi dolor por este mundo demencial mientras escucho lamentos de iglesia, silencios de indiferentes,

solidaridades de gentes de buena voluntad pero de estúpida hipocresía,

gastada por repetida e inútil; pusilánime impotencia,

resignación cobarde, miedo inservible.

 

Te han matado mil veces; un millón de veces.

Y seguirán matándote mientras nos condolemos,

alimentamos la esperanza, oramos implorando 

a dioses muertos, a hombres sordos, a conciencias dormidas.

 

Que tus últimos latidos hayan sido tambores de guerra, 

como estos versos tuyos que arrancan mis lágrimas.

 

Porque solo desaparecerá la muerte cuando huyan los verdugos,

los que levantaron los puños que te golpearon,

los que se lamentan y se resignan al poder que te asesina,

y claman a los cielos de dios o de mahoma,

mirando para el lado equivocado, porque allí no hay nadie. 

 

El monstruo habita dentro, y no podremos disfrazarlo de diablo

ni negociar con el desde los púlpitos; o asustarlo con leyes ineptas, 

crucifijos bendecidos, o llantos y deseos inocentes.

 

Que tu última mirada haya quedado atrapada en nuestros ojos,

se transforme en grito, en cabalgadura que los empuje al mar 

del destierro, del olvido, y del tiempo sempiterno.

 

¡¡Honro esa vida que te quitaron!! y te prometo no olvidar jamás.

Carlos Nieto