UN LOBIZÓN SUELTO

En el libro “Bueno Aires es Leyenda 3”, los escritores Guillermo Barrantes y Víctor Coviello relataron una historia en la cual aseguran dar a conocer el porqué algunos dejaron de escribir la I en Versailles.

Aquí la primera de las tres entregas de este cuento:


Caminar por las calles de Versalles lo llena a uno de paz y tranquilidad.

Tal vez sea su flora, con sus tilos, sus jazmines, sus jacarandas, con sus paraísos, sus palos borrachos, sus damas de noche. Tal vez sea su silencio: según mediciones oficiales, es el barrio menos ruidoso de la Ciudad.

Tal vez sean sus breves y pintorescas edificaciones, las cuales, de estilo inglés, no pueden exceder los tres pisos de altura por tratarse de una zona residencial, conformando así una de las densidades de población más bajas de Buenos Aires. Tal vez sean sus plazas: es el barrio con la mayor cantidad de espacios verdes por habitante.

O tal vez se trate de todos estos detalles al mismo tiempo. La cuestión es que Versalles, por todas estas características, bien puede ser visto como el equivalente a una Arcadia porteña. Arcadia.

Aquella tierra que idealizó el poeta Virgilio (71 a.C.-19 a.C.) en sus Bucólicas, aquel país imposible donde sus habitantes vivían en la más profunda comunión con la naturaleza, donde reinaban el amor, la sencillez y la música.

Allí donde la juventud era eterna. Pero hasta la utópica Arcadia esconde un costado oscuro: por sus paisajes pastoriles, cuenta la tradición, se pasearon los primeros hombres-lobo.

 

Y, al parecer, sobre Versalles, nuestra Arcadia, pesa la misma maldición. ASCENSIÓN T. (puesto de revistas): «¿Un lobisón suelto en el barrio? Yo nunca lo vi, pero a decir verdad, con tanto árbol, con tanto verde… ¿hay un lugar mejor que este para semejante bestia? Tiene carne fresca, tiene lugares donde esconderse. Definitivamente, si hay un lobisón en Buenos Aires, está acá, en Versalles». JOSÉ MARÍA C. (almacén): «Eso dicen, que cuando hay luna llena sale el bicho ese a matar gente. Muchos juran haberlo visto. Y está el borracho «Satanás», que dice haberlo enfrentado y todo: le asegura a Dios y a María Santísima que lo peleó mano a mano en la plaza. Pobre, el alcohol ya se le metió en la cabeza. Seguro que se peleó con un linyera barbudo por un vino y dice que fue contra el lobisón. Su palabra no tiene ningún valor».

Lo del valor del testimonio del presunto alcohólico estaba por verse. Por lo pronto, y ante el misterio del paradero del tal «Satanás», nos dirigimos a la susodicha plaza. José María nos comentó que se trataba de la plaza «Ciudad de Banff», la más importante del barrio. Delimitada por las calles Arregui, Lascano, Lisboa y Bruselas, este espacio verde toma su nombre de una ciudad escocesa que, allá por el año 1824, declaró ciudadano honorario al General San Martín.

Una vez allí, y luego de un par de intentos fallidos, abordamos a dos jovencitas que jugaban a las cartas sobre uno de los bancos del parque. LAURA F.: «No sé si será verdad todo lo que se dice, pero de lo que estoy segura es de que algo raro tiene esta plaza. No sé qué es, pero ahí está. Quédense un día, cuando caiga el sol, y lo podrán sentir ustedes mismos». XIMENA Y.: «Hay ruidos extraños todo el tiempo. De día uno se los atribuye al viento, a los pájaros, a las hojas secas. Pero de noche se hacen más nítidos, y muchos de ellos se oyen como voces».

Pero si la plaza les despertaba semejantes sospechas, ¿qué hacían allí? Laura y Ximena nos respondieron que estaban acostumbradas a aquellas sensaciones, que era parte de ellas, que todos eran un poco brujos en Versalles. Con respecto a este último comentario debemos decir que nos provocó un fugaz déjà vu de aquello que sentimos en Parque Chas (ver «Perdidos en Parque Chas» en Buenos Aires es leyenda 2), como si nuestras entrevistadas no nos estuvieran diciendo todo lo que sabían.

También nos recordó un rumor que conocíamos de antemano, uno que hablaba de la existencia de ciertas brujas en este barrio, rumor que intuimos relacionado con la relativamente cercana bruja de Puente Alsina (ver «La bruja del puente» en este mismo libro). ¿Y con nuestra leyenda no podría estar relacionado? Preguntamos. —De noche no sólo los ruidos se acrecientan —nos respondió Laura con tono pausado y sombrío, como si les estuviera leyendo una fábula a un grupo de niños—, sino que las sombras se multiplican, y cuando hay luna llena muchos dicen poder identificar a una de esas sombras, la sombra de ese a quien ustedes buscan, la sombra de un lobo… de un hombre-lobo. —Dicen que la bestia pasó por Versalles cuando todavía se la llamaba Versailles —interrumpió Ximena con el mismo aire siniestro de su compañera—. Se dirigía hacia el Centro, vaya uno a saber para qué, pero sucedió que escuchó el canto de nuestras brujas, y quien escucha ese canto no puede abandonar el barrio. Nunca más.

Ahora la que interrumpió fue Lama, y nos entregó su epílogo: —Son cosas que se cuentan, nada más, como ese rumor que se escucha últimamente, ese que dice que Barrantes y Coviello se pasean por el barrio investigando algún mito.

Sin saber bien qué contestarles a estas singulares muchachas, les sonreímos, agradecimos sus testimonios y nos dispusimos a continuar nuestro recorrido. Ellas retornaron a su juego de cartas que, ahora vimos, no se trataban de naipes españoles: eran cartas con figuras extrañas, con símbolos y criaturas inclasificables, como las de tarot.

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CONTINUARÁ…