Comencé a trabajar como docente ya iniciado el año escolar. Siempre sucede eso con las suplentes.
Era septiembre y ese año había hecho tantas suplencias que me resultaba confuso saber cuál fue la primera y en qué colegio.
Algún día acumularía el puntaje necesario y la antigüedad para acceder a una titularidad, por el momento tenía que tener paciencia y aceptar todas las horas de literatura que me ofrecieran.
Cuando pasó lo que pasó todas las colegas me señalaron diciendo que yo quería más a ese alumno que al resto, solo atiné a responderles que no sé si yo lo quería más que a los otros, pero sí sabía cómo ellas debieron saberlo, que era el que más necesitaba que lo quisieran y aceptarán.
Ya estaba en otro colegio cuando sucedió el hecho que detalladamente voy a contar. Me enteré por una ex compañera del colegio del alumno X, prefiero resguardar su nombre, porque se trata de un menor y por otras razones que comprenderán conociendo la historia.
Aquella profesora además de contarme lo sucedido con el muchacho, me deslizó muy diplomáticamente que seguro la dirección del colegio o la familia hablarían conmigo. Y hasta la policía me citaría si había una denuncia.
Hacia el fin de su aviso, esto es lo que sentí que ella estaba haciendo, me dijo: es que todos sabemos del cariño que vos le profesabas.
Cortó la llamada sin que yo pudiera decir una palabra, ni siquiera despedirme .
Recuerdo el principio de ese monólogo. Sonó mi celular, atendí y alguien del otro lado me dijo: «¿Sos Perla Del Pino? «
Apenas escuchó mi afirmación, dijo “no sé si te acordás de mí, soy Mirta Tallia, la profe de biología de 2do A. del Instituto Albin”.
Después desembuchó que el chico estaba faltando al colegio por un problemita de salud, al decirlo parecía que comillara la palabra salud.
No tenía un diagnóstico preciso, prosiguió, pero parece que se cree un personaje de un libro que vos habrías dado en la época de tu suplencia, dijo maliciosamente.
La llamada me dejó confundida.
No entendía para qué querría la familia o la dirección del colegio hablar conmigo.
Y por qué intervendría la policía en un asunto de salud.
Pasó una semana y como no tenía novedades del chico y no entendía porqué Mirta me había llamado para incomodarme con sus comentarios, busqué en el celular su número, sabía que tenía que haber quedado grabado con la llamada.
La llamé al atardecer, pensando que ya no estaría trabajando, tardó en atender y reconociendo mi número me dijo, otra vez antes de poder decir “está boca es mía”, que no la volviera a llamar porque la comprometía y cortó.
Cómo podría yo comprometerla con una simple llamada. Me convencí que era intrigante y se me ocurrió acercarme al Instituto a preguntar cómo se encontraba el alumno X.
El señor Marcos que era el vicerrector cuando me vió me saludó con una mueca y sin decir nada me hizo pasar a la dirección. La rectora, la señora Magdalena, fue la primera que habló: «sabía que vendría ,tarde o temprano, iba a venir » y mirando al señor Marcos con una sonrisa de complicidad que el otro devolvió calladamente concluyó: «te lo anticipé».
La situación me turbó y balbucee, vine porque quería saber qué le pasó a X (ya expliqué que prefiero no nombrarlo por tratarse de un menor y por lo que entonces adivinaba sin saberlo)
El vicerrector mudo hasta ese momento con ojos acusadores y golpeteando en su escritorio con la punta de una lapicera dijo: «y si no lo sabe Ud, ¿Quién podría saberlo?”
Y la rectora agregó “y agradezca que nosotros no dijimos nada para señalarla como la culpable de este desorden del alumno”.
Los escuché atónita .
No sé qué me sucedía pero no podía hilvanar palabras y sentí que una oleada de calor me invadía el rostro y terminaba en un mareo al escuchar su acusación infundada.
Atiné a decir tartamudeando sin ser tartamuda, una catarata de palabras que ni yo misma entendía para concluir diciendo ¿Pero de qué me acusan ustedes?
-“Señorita Del Pino no nos diga que no se dió cuenta cómo ese libro que eligió trastornó la mente de su alumno”.
-Pero ese chico era, me corregí, es muy especial.
“¿Qué quiere decir con eso?”
-Que tiene una sensibilidad fuera de lo común.
-”Y usted la ha alimentado”.
En ese momento fue como si un balde de agua fría me hubiera llegado para devolverme la lucidez y entonces pregunté lo que no había preguntado aún.
-¿Me pueden decir que es lo que ha sucedido con el alumno X?, así sé de qué se me acusa porque no me lo han dicho, y tampoco sé a qué libro se refieren porque he hecho muchas suplencias y siempre doy muchos libros, soy profesora de Literatura no de Matemática -y esto lo dije a propósito porque la rectora y el vicerrector lo eran-. Casi concluí a los gritos, y habrá sido tan intimidatoria la manera en que me expresé que respondieron rápidamente.
-El alumno X, dice que se siente mujer, ha empezado a aparecer vestido de mujer y se lo ha suspendido. La familia ya lo ha puesto con una buena terapeuta .
Él dijo que Ud. fue la única profesora que se dió cuenta o que lo entendió y por eso eligió ese hermoso libro que lo liberó.
Respiré profundamente, me senté y mirándolos con compasión les dije: ese muchachito era una cosa para todos sus profesores quienes lo tildaban de «raro» en la sala de profesores sin suponer el esfuerzo y el dolor de ese chiquillo por aparentar una identidad que no sentía propia. Nadie quería ver su sufrimiento .No lo veían, él no existía para ellos.
Me levanté de golpe y con desprecio les dije los que están graves son uds, dejen a ese chico o chica en paz.
De ese instituto no me llamaron nunca más para hacer suplencias y si lo hubieran hecho no lo hubiera aceptado. Mi titularización puede esperar y no será a costa de los derechos de los alumnos.
*Por Susana Martino, prof. en Cs de la Educación.