SANGRE AZÚL

Había una vez una princesa que se llamaba Griselda, la princesita morena. 

Ella no quería ser ella o mejor dicho siempre quiso ser la que era, no la que querían que fuese. Esto explica porqué sucedió lo que sucedió.

Nació con la piel cobriza y por más que en el reino se compraron todas las cremas blanqueadoras, no lograron aclararla.

También heredó el cabello castaño oscuro como la reina madre, eso en el reino no estaba permitido porque en él todas las mujeres eran rubias. incluída la reina que cada vez que asomaba un cabello suyo corría a teñirlo y lo mismo hizo con la princesita desde que le aparecieron las primeras pelusas oscuras. 

Por ese motivo la cabellera de Griselda lucía rubia pero opaca como estopa y el cepillo se negaba a peinarla enganchándose en sus enredados mechones.

Cuando era niña gritaba como una loca cada vez que intentaban peinarla.

De adolescente se negó a ponerse zapatos que apretaban sus gruesos pies, lo toleró desde pequeña, pero había decretado que nunca más calzaria esa tortura y tampoco más tintura y mucho menos esas asquerosas cremas mal olientes .

Ella quería ser natural, y en ese reino todo era ficticio hasta el amor.

Su padre, el rey, un crudo día de invierno, pidió que nadie lo molestara, ni siquiera la reina, a puertas cerradas del despacho real estuvo tratando una cuestión de hombres. Reunido con el rey de un país vecino acordaron que el hijo de éste desposara a la princesa la próxima primavera, porque era conveniente unir sus reinos y sus fortunas.

La princesa lloró desconsoladamente cuando se enteró, ella había pensado en ir a estudiar como su hermano mayor, el príncipe feliz.

Su llanto y su deseo no conmovieron la voluntad del padre, y la primavera se anunciaba en los rosales, los jazmines y los tulipanes de los jardines reales cuando sucedió lo que sucedió.

Contrataron a la modista del reino para preparar su vestido de novia. Encargaron tules, gasas y puntillas bordadas blanquísimas que contrastarían con su piel oscura .Eso ya no era un problema.

Cuando la princesa fue presentada en sociedad, su madre aclaró a todos los miembros de la corte y a sus súbditos que ese color era el privilegio que tiene una princesa porque siempre se da baños de sol. Y como todos saben ,dijo carraspeando, el sol es el astro rey y nos pertenece a la nobleza…

Nadie preguntó ni dudó porque lo había dicho la mismísima reina, así que sería verdad que el sol era de ellos.

El día que sucedió lo que sucedió, la costurera fue a la habitación de Griselda a tomar sus medidas para poder coser el vestido nupcial. Tomó el centímetro que tenía colgado en el hombro y midió el contorno de busto, cintura y cadera de la princesa, se quedó boquiabierta cuando comprobó que sus medidas no eran 90-60-90. Sino 95-85-105.

-Cómo has comido tanto Griselda!!! Acaso no sabes que en este reino todas las mujeres somos rubias y delgadas.

Griselda le contó que pasaba mucho tiempo leyendo libros y comiendo chocolates.

La modista volvió a sorprenderse: ¿sabes leer?. 

-Aprendí con los libros de mi hermano, y a la madrugada cuando todos duermen saco libros de la biblioteca y leo, leo, leo, ¡Es tan maravilloso!

-¡Qué locura Griselda!, no se lo contaré a nadie porque no te salvarías de los azotes del custodio de la cultura ni siendo la mismísima princesa.

Tendrás que comer menos, falta muy poco para la boda, tu novio no querrá una mujer gorda.

-Pero él príncipe es muy gordo.

-Y eso, ¿Qué tiene que ver?, él es hombre Griselda. ¿No sabes que el hombre es como el oso? Cuando más feo más hermoso.

También el zapatero del reino trajo a Griselda los zapatos para su casamiento. Él fabricó todos sus zapatos desde pequeña, así que sabía de sus grandes pies.

Igual hizo unos bellísimos zapatos de cristal un número más chico para que luciera mejor .

A la noche, cuando todos los habitantes del palacio dormían, como todas las noches se deslizó descalza por los pasillos hasta llegar a la biblioteca, trajo varios libros abrazados a ella.

Como las luces de la habitación estaban apagadas para no levantar sospechas, tropezó con uno de los zapatos de cristal que quedó hecho añicos.

Griselda recogió rápidamente los pedacitos de vidrio y se cortó la yema del dedo gordo, observó que un líquido rojo corría por él y goteaba sobre la alfombra del dormitorio.

Su sangre no era azul como siempre le habían enseñado sus padres, era roja como la de cualquier humano.

Al día siguiente Griselda ya no estaba en el palacio, la buscaron por todo el reino, pero fue en vano, de la biblioteca faltaban unos cuantos libros.

En el hueco que dejó la ausencia de esos libros encontraron una carta .

En la que escribió ( porque sabía escribir además de leer): -Queridos padres no podré casarme con el príncipe porque he descubierto que no tengo sangre azul. Los quiero mucho-.