Razón irreflexiva*

Apuntes para una nueva teoría de la comunicación humana

Es cierto que hay muchos malos entendidos, y no menos malos decires; una pesada mochila de prejuicios, e infinidad de malas experiencias que desencadenan todo tipo de mecanismos  de proyección, desplazamientos, etc…, positivos y negativos, sobre nuestras pobres y frágiles opiniones que nunca terminamos de saber cuán auténticas sean.

Por supuesto que hay malas intenciones, aviesas y dañinas, que tienen como objetivo causar malestar descalificando y des-preciando al interlocutor, como si nuestra “salvación” dependiera de la aniquilación del “adversario”.

También están las primas hermanas de estas “costumbres” como son la socarronería, la ironía, y el sarcasmo, que buscan dejar en campo ajeno la responsabilidad de lo dicho, o en otras palabras, protegerse anticipada y sutilmente de las hipotéticas acusaciones por ello recibidas.

El cinismo y otras malas yerbas ya entrarían en el terreno de la “mala leche”, y apuntan directamente y sin pudor a ser el tiro de gracia perverso, que pretende destruir con los peores artilugios la integridad del otro.

Luego la inocencia o la ingenuidad de “la víctima” terminarían por cerrar el capítulo de estos matices de la comunicación, condenando socialmente a la ignorancia, infantilizando, o sumiéndose en el hundimiento psíquico, si su fragilidad diera lugar a ello. Sirvan las extorsiones de todo tipo, los engaños y cuentos del tío, o las manipulaciones y manoseos inescrupulosos como ejemplo de ello.

El esfuerzo por entendernos es tan intenso y necesario como laborioso e infructuoso, por lo que, dicho así, comprendernos, puede querer decir tanto descifrarnos, descodificarnos,  interiormente, y  también, a quienes comparten nuestros intereses, de tal modo, que se termina constituyendo tarea casi titánica, de tal esfuerzo que la mayor parte de las veces renunciamos a ella desenfocándonos de la presencia ajena para pasar inadvertidos, o invertir la mínima cantidad de esfuerzo y el bajo riego que nos permita salir inmutables del acontecimiento comunicacional experimentado.

Las contradicciones, como bien lo manifiesta su morfología sintáctica: “contra- lo dicho”, no hace más que poner en evidencia las partes que nos componen, ese binarismo, cómodo a la razón pero insoportable a la reflexión, que nos desestabiliza; lo blanco y lo negro, o lo bello y lo feo, lo científico versus lo espiritual, que es la base de  nuestra imperfección, aunque a muchos les cueste menos admitirlo que asumirlo.

Por ello, ante un “mal entendido”, cuanto mejor es revisar todo lo subjetivo depositado en ello; desde la forma, la circunstancia, la carga histórica que contribuyó a la opinión; esas características de la personalidad autopercibida, y sobradamente conocidas, que una y otra vez nos abocan a la disputa, la confrontación, y la competencia por ganar lo que sentimos nos puede ser arrebatado, aunque tan solo sea la razón que nos falta y de la que carecemos.

Apenas si somos propietarios de la palabra, o usuarios de ella mejor dicho, ya que esta entidad inmaterial nos es otorgada por el misterio que da origen a todas las cosas, como dice el TAO; cuanto menos entonces pretender ser poseedores de la razón, y mucho menos de la verdad.

Porque en el universo incompleto que nos habita caben todas las dudas e incertidumbres que son, precisamente la zanahoria que nos impulsa en el camino de la utopía que nunca alcanzamos.

“Mirar la viga en ojo propio antes que la paja en el ajeno”, nos hace pensar en cuánta consciencia real tenemos de aquellos errores que siempre estamos atribuyendo al otro; por comodidad y también por esa herida narcisista que nunca acaba de cicatrizar, en el intento fallido del yo por ser dios, o ese ser omnipotente, omnisciente, y omnipresente capaz de vencer a la muerte.

Sea como sea, es poca la consideración que le dispensamos a ese Otro que nos interpela con sus ideas, sus costumbres, su cultura, y su historia. Nos sentimos atacados porque su comportamiento cuestiona lo nuestro, y nos sentimos obligados y compulsos a descalificarlo en salvaguarda de nuestro modo de vida y pensamiento. Sin darnos cuenta que con ello nos estamos privando de sus enseñanzas; que estamos entorpeciendo el desarrollo que nos lleva a ser mejores, porque es en el conjunto y del conjunto de donde obtendremos las virtudes que nos servirán para ser los dioses que queremos ser; aunque tantas veces equivoquemos los objetivos y los métodos y, sin darnos demasiada cuenta, lleguemos hasta la destrucción del planeta y de nosotros mismos con él.

Y nada más que esto, una modesta y simple contribución a los efectos de una nueva comunicación humana.

 

*Carlos Nieto

Oga Cultura y Transformación