El principito buscó con los ojos dónde sentarse, pero el planeta estaba todo cubierto por el magnífico manto de armiño del Rey. Permaneció entonces de pie, y como estaba cansado bostezó.
– Es contrario a la etiqueta bostezar en presencia de un rey – le dijo el monarca. Te lo prohíbo.
– No puedo evitarlo – respondió el principito muy confundido. – Hice un largo viaje y no he dormido…
– Entonces – le dijo el rey – te ordeno bostezar. No he visto a nadie bostezar desde hace años. Los bostezos son para mí una rareza. ¡Vamos! bosteza de nuevo. Es una orden.
– Me siento intimidado… ya no puedo… – dijo el principito todo colorado.
– ¡Hum! Hum! – respondió el rey. – Entonces te… te ordeno bostezar unas veces y otras veces no.
Balbuceaba un poco y parecía incómodo.
Porque el rey cuidaba especialmente que su autoridad fuera respetada. No toleraba la desobediencia. Impartía órdenes razonables.
«Si yo ordenara – decía habitualmente – si yo ordenara a un general convertirse en ave marina, y si el general no obedeciera, no sería la culpa del general. Sería mi culpa.»
– ¿Me puedo sentar? – inquirió tímidamente el principito.
– Te ordeno que te sientes- le respondió el rey, que recogió majestuosamente un faldón de su manto de armiño.
Antoine de Saint-Exupéry público un año antes de morirse la novela El Principito, que vió la luz en 1943.
78 años más tarde, no pierden actualidad sus enseñanzas. Buena parte de la correlación de fuerzas está explicado en este fragmento, desde hoy existen nuevas restricciones para paliar la segunda ola del coronavirus que impacta nuestro país.
Por un lado, el soberano que teme a la desobediencia de sus órdenes. Por eso, no son órdenes sino advertencias o recomendaciones. Fue curioso escuchar entre las nuevas restricciones algunas medidas que inclusive creía que tampoco eran permitidas antes del anuncio. Obviamente terminó con el antepenultimatum al que estamos acostumbrados: “si esto empeora voy a tener que hablar con los Gobernadores”.
Se promulgó el impuesto a las riquezas, bueno en verdad es un aporte solidario…bueno se reglamentó un año más tarde. Terminamos en que la hija de Caputo no lo paga, y el empresario ejemplar que aportó (Alberto Fernandez dixit) es Midlin.
Desde su aprobación a su reglamentación, contemos que del 0,02 por ciento que tenía que pagarlo ya no está Jorge Brito que falleció en un accidente aéreo, y por desgracia el Diego pasó a la inmortalidad. Es decir, que es un 0,02 por ciento de la sociedad menos dos personas y con el antecedente de la justicia que frenó el pago del impuesto de un empresario, además, habiendo pasado un año hay empresarios que repartieron sus bienes y hoy son insolventes hasta para pagar un café, no tienen su nombre ni en el DNI.
Digamos que Paolo Roca es un miserable, y también démosle el ATP para timbear, denunciemos mediáticamente que nos dicen envenenadores, pero hagámonos cargo de que hay que darle más vacunas para que dejen vencer.
Intervengamos Vicentín, bueno en verdad no… y justifiquemos recular en chancletas diciendo “pensé que la gente iba a apoyar la medida” (Alberto Fernández dixit).
Cerremos los colegios, bueno si no quieren no… y con esto va la segunda enseñanza del capítulo del principito. ¿Quién es el Rey?
“No toleraba la desobediencia. Impartía órdenes razonables”, escribió Saint Exúpery. ¿No es razonable que con números récords de infectados, vuelvan las restricciones por unas semanas?
Las causas y efectos están invertidas, primero el Gobierno no controló las manifestaciones de quema de barbijos y después llegó ese relajamiento tan mencionado.
Si la conducción no está en manos del Ejecutivo, ¿En dónde está?.
Entonces sumo un nuevo aprendizaje del Principito: describe el poder real. Si con números records parece más razonable no tener que afrontar nuevas restricciones la conducción la ejercen otros.
¿Quiénes?
Usted lo sabe, lo esencial es invisible a los ojos.