Perla y Pablo*

Se llamaban a sí mismos los  P y P.

Supieron de jóvenes tallar sus iniciales en los árboles dentro de un corazón y dejar su huella con pintura en las piedras cercanas al mar dónde se dieron el primer beso, tal vez estás obras perduren más que sus autores. 

Se habían amado tanto que daba pena verlos pelearse todos los días.

Con el paso del tiempo se convirtieron en desconocidos.

Ella lo regañaba porque usaba su vajilla y él se ponía nervioso explicándole que era su marido.

Una mañana Perla vio a ese hombre buscando vaya a saber qué en el placard de su habitación y le dijo las barbaridades más grandes, hasta lo trató de ladrón.

El pobre viejo se fue a llorar a la cocina.

Ella lo siguió en camisón y Pablo la vió tan pequeña, piel y huesos y con el cuchillo en la mano que sintió al mismo tiempo piedad y miedo.

¿Cómo era posible que su esposa lo considerará un extraño? Sí, ya sabía de su avanzada demencia senil.

Empezó hace tiempo, pero nunca aceptó la propuesta de los hijos de internarla y ahora mismo prefería morir antes que hacerlo.

Ella tenía el cuchillo cerca suyo, podía quitárselo, él aún conservaba reflejos y fuerza, pero para qué querría seguir viviendo así.

Los hijos tenían razón cuando decían que él también era mayor, con muchos achaques y que se ponía tan mal que a veces le gritaba a Perla o la zamarreaba.

La última vez que la vecina llamó a los hijos, cuando entraron, estaban en plena agarrada de manos. Los separaron y hablaron seriamente con el padre, para que entendiera que esto iba a terminar mal. 

Fue en esa ocasión que quisieron convencerlo que el geriátrico era lo mejor para ella y para él también, que no podía vivir en zozobras.

En un instante Pablo se abalanzó sobre su mujer y le sacó el cuchillo de las manos, luego intentó abrazarla como en los tiempos que la cocina o cualquier otro lugar era bueno para amarse.

La había querido tanto, la amaba tanto todavía, entonces tomó la decisión.

Las vecinas llamaron a los hijos, el olor a gas se expandía por el edificio, cuando entraron estaban abrazados en el suelo de la cocina, parecía que se habían dormido haciendo el amor.

 

*Por Susana Martino, prof. en Cs de la Educación