Los nadiondos

El vecino Carlos Nieto nos envío sus reflexiones volcadas en palabras para que podamos difundir desde la Gaceta. Para enviar poesías, cuentos, canciones, crónicas, o análisis lo pueden hacer mediante el apartado «¿Quiénes somos? > CONTACTO» que figura en la página principal del sitio.

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Son los nadies poseedores de la sabiduría de la nada.
No son los nadies, los ningunos, aquellos que “no valen ni el precio de la bala que los
mata”, como los llama Eduardo Galeano.
Estos, por el contrario, son los eternos envidiosos de un poder que ambicionan y por el
que están dispuestos a entregar sus vidas. Los que no se resignan a ocupar un lugar
mucho más próximo a los que tanto detestan, aunque sus orígenes estén
emparentados; los marginados y excluidos de una realidad hecha a la medida de los
propietarios de todas las cosas, poseedores de todo y administradores del hambre, las
necesidades y las carencias que nunca conocieron.
A los nadiondos, como el ascenso social solo se les ocurre pisando las cabezas de los
que nada tienen, además del desprecio, y la endivia, los caracteriza sentirse dueños del
conocimiento, del razonamiento y la verdad, que promueven utilizándolas como armas
contra lo que ellos llaman el ignorante, el inculto, el analfabeto; los que nunca tuvieron
la oportunidad de poseerlas. Sin perder un segundo de su valioso tiempo en pensar sus
causas; sin detenerse a reflexionar, no la falta de méritos sino la de ocasiones y de
justicia para ejercerlas.
Son opinadores y discutidores de todo. Que presumen, o creen poseer, y solo conocen
por su limitada capacidad de leer, o informarse, y mas bien son repetidores de
consignas y frases hechas, sin pensar demasiado su contenido. Y hasta lo
“políticamente correcto” de creer de determinada manera para no ser confundidos
con los que, por sensibilidad social, identidad y hermandad de sentimientos,
sufrimiento histórico ante la prepotencia y el avasallamiento, decidieron integrarse a
las trincheras de la resistencia de los nadies, hacia la conquista de un mundo igual para
todos; también para ellos.

Y ahí están; en los platós de televisión, hablando y disertando cual expertos maestros
de nada y aprendices de todo. En las escuelas, universidades, y centros de
investigación defendiendo el conocimiento al servicio del poder, del éxito, de los
privilegios, y los mercados que pagan sus sueldos de mercenarios a sus órdenes.
Hablando de demostraciones científicas, estudios y estadísticas en las que el pobre y
sus sufrimientos están ausentes, porque solo interesa la ratio financiera, y no las
rationis (razones) que lo llevarían a concluir lo injusto del mundo que defienden.

Estos sabiondos de la nada asientan su sabiduría en la falsedad y la tergiversación,
aún a conciencia de serlo, porque de su influencia a la confusión y desaparición del
sentido común, depende que esa minoría que domina el mundo, consiga sus objetivos
y no pierda el control, y tal vez entonces, se beneficien ellos de la teoría del derrame.
Los medios de comunicación son su base de operaciones. Allí han instalado su cuartel
general, después de décadas de haberlo operado desde esos otros cuarteles donde
zombies armados masacran al mismo pueblo del que ellos son sus hijos.
Porque la historia les ha enseñado que las armas pueden apuntar hacia retaguardia, y
entonces las revoluciones son imparables; que las armas pueden darse vuelta y
apuntar a sus cabezas, derrocar dictaduras, constituirse en ejércitos populares. Por eso
desapareció el servicio militar obligatorio, y no por humanismo, presupuesto, o
cualquiera de otras causas. Por lo mismo empieza a funcionar la triste Escuela de las
Américas, centro de entrenamiento en torturas, contrainsurgencia, y guerrilla urbana.
Aprendieron, está claro; y aunque siempre les quedará ese recurso, le resulta más
barato hoy tomar por asalto las cabezas de las gentes, con estos soldados inermes
modernos del odio, el periodismo de guerra, la política de la infamia y la calumnia, los
antinodo . Sicarios capaces de acabar con la vida digna, ni siquiera por un miserable
sueldo, sino por el veneno inoculado en un cerebro preparado con mentiras, falsa
moral, nacionalismos o antidiferentes dispuestos a “destruir los valores esenciales de
una convivencia”, claro, pero cortada a su medida.
Los vemos a diario con desaforados gritos, gestos y acciones hostiles. Haciendo suyos
estandartes y símbolos que nos recuerdan lo peor del ser humano, aquellas cruces
gamadas que lo han mostrado sin ambages la peor condición del ser humano, inferior
a la bestialidad (qué, por cierto, nos superan en nobleza, amor y lealtad).
Son los representantes de esa clase media con aspiraciones a ocupar la mesa de los
ricos; a pertenecer, aunque solo sea por la miserable complacencia que tiene el amo
con sus capataces, a sus círculos y aparecer en sus “divinas” y envidiadas presencias, y
vivir sus cinco minutos de gloria, de acomodados siervos de la gleba. Como si por
osmosis, o como ha ocurrido mediante la compra de títulos de nobleza, algún día se
transformarán de calabazas en dioses.

Los otros, esos “cabecitas negras” que les hacen coro, le bailan el agua, esos si, talvez
sean mercenarios,…porque ¡duele el hambre!. Y si también ellos buscaran ubicarse en
un lugar más digno, mentido y vendido por sus explotadores comprándolos con
espejitos de colores, no nos asombre, esto ya tiene antecedentes en nuestros
originarios que por ingenuidad y nobleza (hoy llamada ignorancia) traicionaron a sus
hermanos.

Hemos perdido demasiado tiempo; nos hemos querido portar demasiado bien, como
para no dar muestras de lo “malos y perversos” que pudiésemos llegar a ser con

nuestras utópicas ideas de igualdad, de fraternidad (sororidad hoy día); quiméricos
soñadores de un mundo para todos.
Todo ello nos llevó a estar en la resistencia, en la maldita esperanza en la que aún
aguardamos la redención. Esperar que golpeen para luego reaccionar, y siempre con
timidez, con miedo y complejos, y no dar lugar a interpretaciones por nuestra
conducta soliviantada y nuestras “peores y más bajas ambiciones”: vivir con dignidad.
Nos conciben como bárbaros dispuestos a atacar la propiedad privada, la libertad, la
familia, la patria, las tradiciones, y entregar nuestro territorio y manera de ser a los
enemigos (hoy vuelven a escucharse estas consignas en las manifestaciones
antipopulares; contra el comunismo, el feminismo, la libertad).
No han entendido nada, hablábamos de la propiedad privada de los medios de
producción; porque estos, en manos privadas, las suyas, es como dejarles el cuchillo
que cortará nuestras gargantas para saciar su inagotable sed de sangre, nuestra sangre
empapando sucios papeles tintados de verde por los que pierden el sueño y el culo.
Y su libertad es libertinaje, liberalismo, desenfreno; patria es, para ellos, posesión
irrestricta de todo cuanto creen que les pertenece, hasta de nuestras vidas; feudos
manejados a su antojo, como sus fábricas y estancias donde solo somos carnada de sus
ambiciones mezquinas. Claro que no queremos eso.
Cabecitas negras, negros de mierda, vagos y maleantes; potenciales apropiadores de
tierras, que robaron a fuerza de sus “razones civilizatorias, cristianas y occidentales”;
por las que aún corre sangre originaria, esa que no había que ahorrar porque era el
mejor abono. Aunque ellos la sigan teniendo, pero en sus manos.
Y ahí está su ejército mercenario de nadiondos; vanguardia preparatoria de climas y la
escenografía necesaria para la segunda ofensiva que les asegure su dominio:
colonizando cabezas, mintiendo y dibujando realidades de cartón piedra para su gran
obra de ficción: el capitalismo, aunque esté empezando a arder incendiado por el
fuego de sus propias contradicciones.

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