LEY SAGRADA

«De seguro me está cargando», decía para adentro. Sin embargo al segundo siguiente comenzaba a pensar si no era en realidad mi inconsciente que rechazaba ser olvidado por el analista. 

Esa guerra intestina que se generaba siempre en mi mente la ganaba la timidez y la resolvía explicando desde un principio quienes eran las personas de las cuales estaba hablando, y qué relación conmigo tenían. Tal como le repetía semana tras semana. 

Hacía como si no me importara repetirlo, como si no tendría porqué saberlo. Pero en realidad me molestaba con toda mi alma decirle que el inconveniente con María era que siempre fue la preferida de mi tía Gabriela, y ante su arrugada cara de incomprensión tener que aclarar una y otra vez que María era mi hermana.

¿No me presta atención? ¿No le interesa lo que le cuento? ¿Qué le pasa por la cabeza mientras yo hablo?

Estaba tan cargado de preguntas que mi compañero de trabajo tuvo que escucharlas. Fue un día que lo cité en el bar de la esquina del laboratorio donde trabajabamos y después de hablar de fútbol, política, y otros temas que tampoco me interesaban le vomité a Fer mis dudas existenciales acerca de la terapia.

Fernando siempre tuvo mala suerte. Desde chico lo conozco y jugando a la pelota cerraba los ojos negando con la cabeza cuando alguien gritaba «gol gana» para que el partido concluya. Las reglas del «gol gana» son fáciles, quien logre hacer que la pelota ingrese al arco contrario va a ser el digno e indiscutible vencedor del encuentro. Pero Fer se lamentaba cuando llegaba ese momento porque decía que una fuerza divina iba a hacer que las fallas que tuvimos para definir en el arco contrario la íbamos a sufrir en el nuestro. Ahora que hago memoria…tenía razón, no recuerdo haber ganado nunca jugando para su equipo.

La mala suerte que acarreaba desde chico se profundizó, bastaba que llegue su turno de trabajo para que la guardia se llenara de pacientes sedientos de que le realicen análisis que nosotros procesabamos. Estar con él en la niñez era perder al fútbol, y de adulto significaba no parar de trabajar.

En síntesis, no era un trébol de cuatro hojas y las amistades les eran esquivas. Por esa razón lo cité en el bar de la esquina, sabía que no se iba a negar a un convite en medio del clima laboral que le era hostil. Iba a tener que escucharme, lo que mi terapeuta no hacía. Fue llegar y elegir una mesa frente a un ventanal.

El mozo que nos tomó el pedido se alejó tocándose los genitales… supuse que la fama de Fernando había traspasado el lugar de trabajo pero decidí no desenfocarme de lo que quería decir. Aunque un poco de gracia me causó.

Como una epifanía, una revelación, algo que cuando me lo dijo tenía mucho sentido. «¿No tendrá Alzheimer?». Esas tres palabras fueron un baldazo de tranquilidad para mi sistema nervioso. Después comenzamos a recordar anécdotas de cuando eramos chicos, no recuerdo que ninguna haya sido de esa manera, pero no importaba.

Entonces fui a lo que resultó ser mi última sesión seguro de que iba a tener que recordarle todo, incluso el hecho de seguir yendo lo creí un buen gesto. Pero después de los saludos de rigor me dijo «me interesa donde nos quedamos la vez pasada, ¿Desde cuándo tiene una mala relación con María?». Comencé a llorar y el analista creyó que era por el trato con mi hermana pero en realidad era porque me acordé de Fer «los goles que no se hacen en un área se sufren en la propia».