“Hendidura o abertura que se produce en un cuerpo sólido”, a lo que yo agregaría, de carácter imprevisible y generando una discontinuidad no deseada.
Mientras que la separación, como falso o confuso sinónimo de grieta, nos remite a una solución de continuidad que es consensuada, planificada y estratégica, respondiendo a un funcionalismo tomado como necesario. En otras palabras, algo previsible e incluso acordado.
Además, ¿desde cuando una sociedad es un cuerpo sólido y homogéneo? Compuesta, como está, por sectores de los mas diversos: propietarios de medios de producción, de inmuebles varios con los que incrementan su patrimonio (por no decir especulan con las necesidades de los descasados-sin casa-). Poseedores de medios de comunicación con los que anulan el pensamiento crítico, y promueven la uniformidad sobre valores también por ellos creados; y los otros, los declasados, indigentes, parias y semiesclavos que no poseen nada mas que sus brazos y su deseo de pertenecer a esa misma sociedad que los expulsa. Y en el medio, todos los matices de los que quieren subir, o son condenados a ir descendiendo. Por eso ¿de que cuerpo sólido y homogéneo estamos hablando?
Cuando a grieta social nos referimos, para explicar un fenómeno indeseable que produce disconfort, perdida de armonía, y desviaciones innecesarias de fuerza que debilitan la solidez del tejido social, no tenemos en cuenta que la homogeneidad siempre es dinámica, y no estática, es decir que es un equilibrio de fuerzas que alcanzan la estabilidad; siempre en un juego de resistencias, ganancias y renuncias, tendientes a lograr la firmeza de la estructura.
Esta mezcla de definiciones entre la física mecánica y el análisis sociológico-político, nos viene bien a la hora de verificar la realidad de lo que nos pasa, específicamente en estas circunstancias tan trágicas para la humanidad, por cuanto podríamos dejar de serlo si persistimos en estas conductas desviadas.
En realidad, la igualdad no existe. Ni en términos de género, económicos, políticos, capacidad e inteligencia, o cualquiera que se nos ocurra. Pero esa diversidad no tiene que presuponer ventajas o privilegios; no, por lo menos en términos de beneficio/perjuicio, sobre todo cuando nos referimos a las necesidades básicas para la vida: sustento alimentario, vivienda digna, calidad de vida, derechos y deberes, justicia, trato igualitario y atención a las necesidades, etcétera.
Y esto nos ha ocurrido desde siempre, y a pesar, o por ello, es decir que gracias a la diversidad y el intercambio el mundo progresó. Como las mezclas fortalecieron y dotaron, o suplieron las carencias que, endogámicamente, han supuesto una merma para afrontar las dificultades y para evolucionar hacia mejores capacidades (podríamos ampliar y graficar este concepto tan solo mirando la endogamia de las casas reales y los productos deformes que de ellas salieron ¡y nos gobernaron!).
Como resumen de esto, podemos decir que la desigualdad, y por ende la diversidad, nos proporcionó lo que nos falta, con lo cual pudimos construir un tejido social fuerte. El cuerpo humano es uno de los mejores ejemplos; la elasticidad de unas estructuras (músculos y tendones), la firmeza de otras (huesos), la adaptabilidad y tamaño de órganos a las cavidades que las contienen (pulmones a la caja toráxica, hígado a la abdominal), etcétera, hacen del conjunto, el cuerpo humano, desigual en todos los sentidos, y una herramienta adecuada a las exigencias de la existencia.
La brecha, la hendidura, que valorando y privilegiando unas cualidades por sobre otras, han generado la ruptura del tejido social, nos ha convertido en sujetos más vulnerables y, por consiguiente en comunidades más frágiles (¿será la pandemia prueba de ello?). Desarmonizado su funcionamiento enfrentando a unos con los otros; creando falsas contradicciones e incompatibilidades, hasta generar climas insostenibles para la convivencia, y presentar alternativas de violencia como única posibilidad de supervivencia. Por supuesto, en la clara desventaja de los desposeídos que solo cuentan con sus propios y escasos medio para sobrevivir, y además carecen de la desmedida ambición, soberbia, y mezquindad de quienes creen “por derecho divino o capitalista”, ser los elegidos.
Así es que podemos concluir que la brecha, que solo a los poderosos favorece, corre a su cargo y responsabilidad absoluta.
Acostumbrados desde la misma colonización, genocidio y sometimiento mediante, a imponer sus reglas de juego, su idioma, religión y muchas malas costumbres como el autoritarismo y la prepotencia, entre otros, hoy, cuando observan con cierta inquietud, la perdida de algunas prerrogativas, arremeten haciendo responsables de ello al pueblo llano; tirar pelotas afuera, como solemos escuchar, acusándolos de lo que es, y fue, su estrategia de dividir para reinar.
¿Es factible resolver un hecho más de quinientos años después de instituido? ¿Podemos pensar que existe voluntad de hacerlo, sobre todo por parte de quienes más se siguen beneficiando de ello? ¿Qué hacer, en todo caso, y de manera asimétrica, para rebajar las secuelas, que pueden llegar a ser catastróficas para todos, si esto continúa?
Debemos ser optimistas, sí, pero no ingenuos. Sabemos de la fuerza de la verdad y del deseo, pero también de la limitación de la voluntad, y de las condiciones objetivas para un cambio que, no siempre resuelve… lo irresoluble.
Es difícil admitir que un león le perdone la vida a una gacela cuando la tiene entre sus fauces (aunque en esta metáfora el instinto juegue el principal rol) – que no sería el caso de los poderosos; por eso, tal vez, los grandes pensadores y analistas gastan (y han consumido) ríos de tinta buscando desentrañar semejante martingala, porque en el fondo no es más que una tontería delante de un virus que amenaza borrarnos del planeta, sin distinciones de apellidos, cunas, colores e ideología. Es de esperar que ellos también lo entiendan, aunque no sea una proposición demasiado realista.
*Dr. Carlos Nieto
Oga Cultura y Transformación