El título de la nota fue “Alberto Fernández visitó México con motivo de su bicentenario”. El desarrolló varió según el medio, en líneas generales el Presidente argentino se animó en la tierra del Chapulín, a 7.382 km de distancia, a pedirle a la justicia terminar con las payasadas. No contaban con su astucia.
No pasaron muchos días de esto cuando condenaron a 12 años de prisión a Lázaro Báez. El fiscal Abel Córdoba había pedido para Báez la pena más alta, 12 años de prisión. Los otros acusadores también pidieron penas: la Oficina Anticorrupción (OA), 8 años y 6 meses de prisión; la Unidad de Información Financiera (UIF), 9 años, y la AFIP, 8 años.
No todas fueron malas en su visita, Alberto consiguió el apoyo de México en las negociaciones con el FMI, y reabrir la exportación de nuestras carnes por esos territorios, como ya lo hace Uruguay.
Hasta ahí la información que se encuentra en todos lados con un mensaje único y con algunas diferencias en los sustantivos para jugar a gatos y ratones, antis y a favor.
No se reparó de gran manera en la reunión del Presidente con los empresarios aztecas. Menos aún una entrevista muy importante, quizá la más determinante de este viaje que la realizó a solas.
El Hotel Intercontinental, ubicado en la zona de Polanco en la Ciudad de México, fue testigo de la cumbre entre Alberto Fernández y el magnate Carlos Slim. Esto fue media hora antes de la reunión que tuvo el primer magistrado el martes con un grupo de empresarios.
Dato a destacar. De la primera de las dos reuniones que tuvo Alberto Fernández con empresarios (el lunes) iba a participar el hijo de Carlos Slim, quien lleva adelante los negocios que tiene su padre con las telecomunicaciones, pero finalmente fue reemplazado por otro hombre de esa empresa llamado Carlos Jarques.
Jarques es el encargado de administrar los negocios referidos a la construcción e infraestructura.
Slim es el principal accionista de América Móvil, la empresa que opera en la Argentina con el nombre de Claro, en el negocio de la telefonía móvil. Sin embargo al empresario mexicano no le mueve el amperímetro la decisión de convertir en servicio público en competencia a la telefonía móvil.
Si ultimar los detalles de la vacuna que su Fundación impulsa, la AstraZeneca – Oxford, parte de su producción se realiza en suelo argentino. Y definitivamente también desembarcar en la obra pública en nuestro país con su empresa constructora llamada Carso.
Es decir, mientras el lunes el encargado de la firma que encabeza Carlos Slim se reunión con el Presidente en una entrevista en conjunto con otros empresarios, el martes fue el hombre más adinerado de México en persona quien se reunió en privado con el Presidente y le brindó su apoyo, pero con un importante guiño a entrometer sus negocios en la obra pública.
Hace un tiempo, Jorge Rachid denunció en micrófonos como los de Comunas AM que una de las peticiones de Pfizer para que llegue su vacuna al país era interceder en negocios de infraestructura y recursos naturales. Va quedando claro el enorme negocio detrás de los laboratorios que no se resume solamente por un billete.
Por ejemplo se habla de otra “vacuna”: la moderna.
Bien, no es una vacuna. Moderna, o como en sus orígenes se llamaba ModeRNA (RNA Modificado en castellano) es una empresa de biotecnología. No produce vacunas. Da su información para que otros países produzcan la vacuna.
En ese sentido porque no abren su fórmula para que se produzca en todos los laboratorios del mundo una respuesta a esta enfermedad que tantas vidas costó. Mejor aún, ¿No sería más práctico para la ONU pedir eso antes que hacer un plan llamado COVAX y dar de puchitos a los países que no puedan comprarlas? Se les habrá chispoteado.
Los laboratorios al poder poco importan los mandatarios, Trump o Biden. Mientras López Obrador recibía a Fernández la discusión pasaba por otro lado.
¿Se entiende? Cuando los magnates se hacen llamar filántropos todo lo que hagan será sin querer queriendo.