EL SECRETO*

Hacía varios años que no veía a Eugenia, si mal no recuerdo la última vez fue en el sepelio de su madre. Pobre Tía Amanda hasta su último suspiro toleró y justificó a esta hija.

Cuando Eugenia me llamó después de tanto tiempo y dijo que tenía algo importante para decirme, pensé inocentemente que el día se prestaba a confidencias de primas.

A poco de llegar a su casa y como yo no le preguntaba nada, ella dijo que lo que quería contarme era un secreto a voces.

Cuando me contó parte de la verdad que después supe completa, yo no estuve de acuerdo en que casi toda la familia lo sabía. Yo no lo sabía ni hubiera podido imaginarlo.

Quise irme con la excusa de que anochecía. Mí prima insistió en que me quedase, ¿tan pronto te vas a ir o te estás escapando?, como te escapaste de toda la familia cuando te fuiste a vivir a Italia.

-No me escapé Eugenia, tuve una buena oportunidad de trabajo .

El rostro de Eugenia se reflejaba en el gran espejo de la sala. Había envejecido mucho en estos años, tenemos la misma edad, pero se ve tan mayor por ese rictus rígido, estaba exasperada porque yo no le daba la razón.

-Vos siempre en contra mío me dijo, con un gesto de enojo que no dejaba dudas que su intención era tratar de convencerme 

-Vos estás chiflada, fue mi respuesta al secreto que me revelaría.

 -Si mi madre viviera ella lo confirmaría, dijo mi prima, deseosa de inquietarme y sumar testigos a su favor.

– Callate querés y deja tranquila la memoria de la tía 

– Te haces la mosquita muerta, pero vos fuiste muy viva, desde chiquita te las ingeniaste para ganar a todos los juegos, incluso descubrí que algunas veces me hacías trampa.

-¿Ahora me salís con eso?, ¿sabes cuántos años pasaron desde entonces? Le dije y concluí: vos estás loca.

Mi prima insistió :-vos a mí no me engatusas más, con esa cara que siempre pusiste de yo no fui. Algo tenías que saber u olfatear.

-Conmigo te equivocaste, no soy perro para olfatear la mierda que querés que crea.

-Yo no quiero que creas nada, sos vos la que empezó a dudar porque sabes que no miento.Yo nunca supe mentir ni hacer trampa como otras.

¿Para qué lo haría?

Reflexioné sobre qué ganaba yo sabiendo ese secreto familiar y cuál era el propósito de mi prima al decírmelo. Pero no sospeché que lo contado era solo parte de la verdad.

El tiempo transcurría, el reloj de péndulo de la pared del vestíbulo contiguo al comedor donde nos encontrábamos, anunciaba cada hora. 

El tic tac casi imperceptible me ponía nerviosa y al dar la hora ese gong me sobresaltaba cómo cuando era pequeña y venía a jugar con Eugenia.

En aquella época mí prima se enojaba si yo no quería jugar más, como ahora que no me dejaba ir. Me sentí prisionera .

Eugenia me invitó a compartir una merienda para conversar y con el ofrecimiento de una taza de té, me sirvió también una masita envenenada: el secreto.

¿Qué haría yo a partir de saberlo?

Estuve a punto de levantarme e irme sin despedirme, pero me sentía confundida, ella siempre supo ser intrigante.

Por ella me enteré que la hija de la tía Emilia era adoptiva. Fue sutil y ponzoñosa cómo de costumbre aquella tarde en que Mirtita se cayó jugando a las escondidas con nosotras, le sangraron mucho sus encías, Eugenia aprovechó la ocasión y me dijo en voz tan baja que casi no la escuché: su sangre no es como la nuestra e hizo silencio, con curiosidad de niña  le pregunté:  ¿por qué? con mi tono habitual de voz. Ella me indicó con un gesto que me callara, y a mi oído susurro: es adoptada.

También fue la que le dijo a Gloria,su hermana, que Raúl la engañaba. Había seguido a su cuñado porque sospechaba de él y según ella Gloria era buena y un poco tonta que creía a ojos ciegos y negaba que su esposo le fuera infiel.

Eugenia a Raúl lo tenía entre ceja y ceja desde que se casó con su hermana y ya no pudo disponer de ella a su antojo. Siempre fue manipuladora, se servía de Gloria para todo lo que quería conseguir.

Una tarde siguió a Raúl y lo pescó infraganti dentro del auto besando a una mujer que no era su hermana. Le sacó fotos y se las refregó por la cara a Gloria que lloró desconsoladamente. 

Eugenia justificaba su maldad simulando sinceridad, su supuesto amor a la verdad además de cuestionable, era peligroso.

Ahora yo sabía algo que era mucho más que un secreto familiar.

Me negaba a creerlo. Pero la realidad era que Eugenia nunca había mentido con sus revelaciones, eso creía yo.

Enterada del secreto le dije: supongamos Eugenia que quien asesinó a tu vecino fue Oscarcito, pasaron tantos años de ese episodio, y nunca se esclareció el hecho y ahora que Oscarcito está en un geriátrico por problemas psiquiátricos, ahora dicen que él… pero no puede ser.

Oscarcito le decís, me miró furiosa porque se dió cuenta que yo no sabía nada realmente, y que lo quería porque no sabía lo que había hecho.

Oscar era nuestro primo menor, y aunque tuviera sesenta y ocho años, siempre lo llamé en diminutivo.

Estaba consternada cómo había podido Oscar hacer ese hecho atroz?, ¿Cómo siguió comiendo todos los domingos en casa de la abuela con nosotras?

-¿Cómo te enteraste Eugenia? 

– ¡Ah! me crees ahora …

En mí competía la curiosidad con la incredulidad.

-¿Desde cuándo lo sabes? ¡Pasaron cuarenta años!

Eugenia hizo un silencio tan extenso que tuve ganas de sacudirla, pero esperé a que continuará y dijo: lo supe siempre.

– Hace más de cuarenta años que guardás ese secreto, ¿cómo pudiste?

-No solo yo lo guardé, te dije que era un secreto a voces .Casi toda la familia lo guardó, y te invité para saber si vos también lo sabías.

-¿Y nadie lo denunció? Fueron sus cómplices, dije yo aturdida, enojada, sorprendida.

-Callate Perla. ¡Qué sabrás vos!

– Sé que encubrieron a un delincuente .

– Mírenla a la nena tramposa,convertida en la abogada que juzga a su familia.

-Basta Eugenia de este jueguito, no somos las nenas que fuimos, ¿para qué me citaste en tu casa? ¿para decirme lo que yo no sabía y ni hubiera querido enterarme ?

– Perla estoy muy enferma y soy la única que visita a Oscar y paga su geriátrico. Como sabes, porque eso sí lo sabés, él nunca formó una familia. Su familia soy yo. Necesito que cuando me muera sigas atendiendolo.

– ¿Querés que me ocupe de un asesino?

– Quiero que a  tu Oscarcito no le falte nada.

-No te entiendo Eugenia

– Abogada, usted culpa sin averiguar causas, la creía más justa.

-Eugenia termina con tus manipulaciones…

-Perla escucha. Oscar mató al vecino porque se enteró que a mis 12 años abusó de mí.

Un día se lo conté, era el único primo que no se reía de mí porque era la prima más reservada, la llorona «por nada», la tímida. Yo iba a cumplir diecisiete años y él tenía quince, casi un niño.

Trepó la medianera y sin pensarlo fue a increparlo, el viejo estaba con la pala revolviendo la tierra y se le rió, mocoso de mierda raja de acá y a tu primita decile que mejor cierre la boca, esa es una mentirosa y vos un tonto que le cree, le dijo.

Yo estaba escuchando del otro lado de la pared, Oscar tomó una maceta y lo golpeó en la cabeza. El viejo cayó al piso.

Oscar lloraba y yo lo ayudé a trepar la medianera, lo abracé muy fuerte, y le dije que nunca  lo abandonaría. Pero me voy a morir.

Perla prométeme que te vas a ocupar de Oscar y además como sos quien sos, que vas a absolverlo. Porque la culpa lo persigue desde sus quince años, convertida en castigo sobre su psiquis. Mirá dónde terminó…

Y yo soy la culpable. Ese secreto que te acabo de contar es el que sabe casi toda la familia, pero ahora sólo vos sabrás la verdad completa, la única que la sabrá.

Aquel desdichado día le confesé a Oscar algo que inventé: Mí vecino nunca me tocó un pelo. Yo sabía que Oscar tenía un enamoramiento conmigo, quise probarlo, en el fondo siempre fui una insegura. 

Arruine la vida de Oscar, la mía, y maté al vecino con otras manos.

Quedé atónita, no supe ya si Eugenia se había vuelto loca por su enfermedad e inventaba, si realmente estaba enferma y por morir o si fue una enferma toda la vida.

*Por María Susana Martino, Prof. en Cs. de la Educación.