DOS HOMBRES, UN NOMBRE*

Mi madre gritaba desaforada el nombre de mi padre, estaba en la sala de parto del hospital del pueblo.

Gritaba ese nombre sabiendo que papá no iba a aparecer, lo gritaba como lo había hecho dos meses antes cuando lo pensó dormido a su lado y estaba muerto.

A punto de parir lo llamaba. Y cuando me apoyaron sobre su pecho y supo que era varón, con lágrimas en los ojos y el cansancio pegado en su vientre pronunció ese nombre para hacerlo mío.

Soy Juan desde aquella madrugada de noviembre, cuando en complicidad con la luna llena mi madre sintió la urgencia de nacerme y me dió a luz.

Desde que supo que estaba embarazada tuvo un mal sueño, ella me lo contaría muchas veces en mi adolescencia, como un presagio de lo que después sucedió.

Ese nombre, el mío le recordaría siempre a mi padre, para mí fue una carga llevarlo a cuesta con el peso de su muerte.

Madre decía que estando en los primeros meses de embarazo se despertó llorando abrazando su panza para saberme dentro, alguien, un rostro que no pudo ver, le anunciaba una muerte, dada la fortaleza de mi padre no pudo entrever que no era yo sino él al que la parca cruel se llevaría.

No conocí a ese hombre dechado de virtudes que me persiguió hasta ahora que pronto voy a compartir su suerte.

Sus amigos se encargaron de hacerlo mi ídolo o mi desgracia. Crecí sabiendo que nunca podría ser tan bueno como él, esa arrogancia de la memoria de perdonarles todo a los muertos espero también se aplique a mi deceso.

El parecido físico con mi madre, me ha hecho poseedor de una belleza austera y aceituna. «Si hubieras sacado al menos sus ojazos verdes» esa era la tía Perla, hermana de mi progenitor. No los he heredado, los heredó mi hija.

Cómo es posible que desde que salí del consultorio de mi médico, que fue tan sincero conmigo y no tuvo la menor misericordia para decretar mis últimos meses de vida, yo, con ochenta años, vuelva al día de mi nacimiento y recuerde estas cosas .

Desande en este bar, décadas de mi historia, revolviendo un café que se ha enfriado.

Ahora proyecto mi futuro, una lápida igual a la que lleve flores tantos años, con el mismo nombre grabado en la placa de bronce, Juan Lamar, pero no seré yo el que lo limpia ahora, una figura de mujer con ojos verdes posiblemente repita ese ritual de mis domingos.

*Por la prof. María Susana Martino.