CONVERSACIÓN ÍNTIMA*

Necesité cumplir muchos años para comprender algo tan simple y complejo a la vez como son los ritos ,las ceremonias, los festejos. Una necesidad de encuentro, de abrazos, de voces superpuestas preguntando al otro, de brindis y buenos deseos. O sea un día, una hora, para salir de nuestra cotidiana soledad.

El Principito con su sabiduría lo dijo mucho antes de que yo pudiera entender esa verdad en toda su dimensión: «Los ritos son importantes, dijo el Zorro al Principito, hace que un día sea diferente a los otros días»

Esos días especiales me atraen como un imán, se han hecho hábitos, a veces me pregunto si pudiera vivir sin esos rojos de mi propio calendario y creo que no, me generaría culpa no tenerlos en cuenta, pasarlos de largo.

Mi amiga Laura tal vez tenga razón cuando me dice: «nena despegate de esas costumbres, liberate de lo que hacía tu abuelita y hacelo si queres, si no ,no». Me lo dice porque sabe que cada 15 de agosto la invitó a tomar chocolate con churros como hacía mi abuela María para su santo.

Otra deformación machista, si la Virgen es santa, ¿Por qué todas decimos el día de nuestro santo?

Vuelvo a lo que contaba,a veces me suceden estas digresiones.

Creo que son los años que me hacen ir y venir de las ideas como un ping pong mental siendo yo la única jugadora que corre de un lado al otro de la cancha y no siempre llegó a atajar las pelotas que yo misma envió.

Esas fechas especiales nos hacen recordar lo que el corazón añora, lo que la memoria se niega a olvidar, lo que es importante preservar…

Me gustaría que me recordarán colgando guirnaldas, inventando juegos, entreteniendo, yendo y viniendo a la cocina a buscar provisiones, iluminando el patio, colocando bengalas en tortas mal hechas y riendo, riendo fuerte, chocando copas que brindan con promesas de  brindarse para ser felices y hacer felices a otros, aunque no sepamos bien qué es la felicidad.

Son momentos, como ese, cuando armo el árbol navideño con bombitas que eran de otro árbol, el de mi padre y mientras lo hago oigo su voz diciéndome: «Mari que bien está quedando, te alcanzo otra?»

Es por escucharlo que cuelgo esos adornos.

Es por volver a ver a la abuela revolviendo el chocolate y decirme: «tráeme las tazas del baiu», esas que no usábamos nunca, salvó para acontecimientos especiales.

La abuela María un día me contó porque era tan importante ese chocolate. Tenía unos quince años y trabajaba en la casa de Irene. Ella la definió como una señora muy buena. Fue la primera nevada en Buenos Aires, en 1918 y la abuela casi descalza,con sus zapatos  rotos y sin abrigo llegó a su trabajo. Al día siguiente Irene la esperaba con un tapado y zapatos nuevos, comprados para ella, no usados, no de limosna.

Un día la señora le preguntó si había tomado la Comunión, la abuela le dijo que no pero que le hubiera gustado, Irene la preparó y tomó el Sacramento con un vestido de organdí blanquísimo con cintas y moños que ella le regaló. Nunca había tenido uno así. Y también festejaba su Santo o Santa. La abuela terminó la historia diciéndome, ahora ya sabés porqué el chocolate, es por ella, por todo lo que me dió de cariño y dignidad, este es mi homenaje, que no se te olvide. 

Y no se me olvidó, esto no lo entendería mi amiga Laura, quien reprocha mis ritualismos con esa frase tan suya: «solta, nena, aprende a soltar».

No son globos para que los suelte es mi eterna respuesta o tal vez por su levedad los recuerdos lo sean para mí.

Lo primero que viene a mi cabeza es que suelten los recuerdos aquellos que sientan adoquines y no globos, pero eso no se lo digo, se enojaría, la conozco bien.

A medida que me pongo mayor más atractivo me parece atesorarlos, hablarlos y contarlos. ¿Será la necesidad de dejarle memoria a mi descendencia o la postura egoísta de convertirme en parte de ese legado y no ser olvidada?

Otro tema recurrente de las charlas con Laura es la cantidad de cosas que tengo sobre los muebles, fotos, adornos. Parece que la estoy escuchando: «Pero che, ¿No te entristece todas estas antigüedades? ¿Sabés cuánto ganarías si las vendes? Pero sos masoquista, y además, ¡el tiempo que te lleva limpiar todo esto!

¿Cómo explicar en un mundo amnésico y minimalista la importancia de cada objeto de mi casa?, cada uno tiene una historia que me remite a una anécdota, despiertan mis sentidos, se asocian a aromas, sabores, texturas, están en mi casa ocupando un lugar y son símbolos de otros lugares,otros espacios y otros tiempos habitados.

¿A quién podría contarle estás cosas?.

¿Quién las comprendería?

Tal vez sea una conversación imposible.

Tal vez sea una conversación íntima, conmigo misma.Un monólogo interior.

 

*Por Susana Martino, Prof. Cs de la Educación.