Aquellos primeros días…Los inicios.*

Marzo de 1963 .Tengo cuatro años pero falta poco para que cumpla los cinco, voy al Jardín de Infantes por primera vez. Sala de preescolar .No conozco a ningún niño de la sala.

A cada rato tengo ganas de llorar pero me aguanto.

Hago tanta fuerza para no llorar que ni escucho el cuento que cuenta la señorita, parece que habla de una familia de osos. Justo se trata de una familia y yo extraño la mía. Tampoco acepto el papel glacé para hacer el plegado de la casita .

Cuando veo que mis compañeritos la pegan en una hoja blanca que les dió la seño, me hubiera gustado hacerla, pero ya terminó la actividad.

En el patio observo los juegos, son parecidos a los de la plaza que me encantan, pero acá no los voy a usar.

Cuando viene a buscarme mi madre pregunta: “¿Cómo estuvo?”, y la señorita le dice que no quise hacer algunas cosas pero que me voy a adaptar bien porque no lloré. Escucho a mi madre decirle que no voy a llorar porque hace rato que quiero ir a la escuela y concluye con un “se adaptará”.

Lo que mi mamá dice no es totalmente cierto.

Es verdad que cada mañana cuando veía ponerse el delantal blanco a mi hermana pedía ir al colegio, me aburría sola en casa entre adultos. Pero lo que yo quería era ir con mi hermana Alicia, no a esta escuela grande y fría, con ventanales muy altos que no dejan ver  la calle. 

La maestra tiene un delantal como el mío, también hay señoras vestidas de negro. Sus faldas llegan hasta el suelo y no se les ve el cabello, todas llevan un pañuelo o algo así en la cabeza.

Tienen una cruz en el pecho. En la habitación de mis padres hay sobre su cama una cruz como esa que llevan esas señoras pero más grande, es lo único que me resulta conocido.

Después supe que era un colegio de monjas.

Al día siguiente voy al Jardín haciendo pucheros. Igual me dejan. Porque dicen nuevamente que me voy a adaptar.

El segundo día vino papá a buscarme. Estoy enojada con mis padres .Le pregunto por qué no voy con Alicia, papá dice que en la primaria donde va mi hermana no hay sala de Jardín.

Igual su respuesta no me conforma.

Esa noche no duermo bien, lloro y lloro pidiendo no ir al Jardín, mamá insiste en que me duerma. Trata de convencerme diciendo que si concurro al Jardín voy a tener amiguitos para invitar en mi cumpleaños.

Me duermo llorando y diciéndole  que es mala y que no quiero amigos en mi cumpleaños.

Por días me negué a ir al Jardín, igual me llevaban. Y terminé adaptándome.

Parece que adaptarse es una función inteligente y vital del ser humano.

Ahora me pregunto: ¿Será por esa función que hace a cada ser vivo adaptarse al ambiente  qué somos tan poco revolucionarios?

Lo más curioso es que cuando los adultos me preguntabas que iba a ser cuando sea grande -esa idiota pregunta que siempre le hacen a los niños-, yo les respondía que iba a ser maestra jardinera y aclaraba que conmigo los chicos serían felices.

Marzo de 1978.,Es mi primer día de trabajo como maestra jardinera. Ingreso a la escuela 23 del DE 9 estrenando un delantal cuadrillé azul y blanco como marca el Reglamento Escolar para los Jardines de Infantes de Escuela Pública.

Estoy emocionada y asustada.

La directora me recibe cordialmente, vamos a  inaugurar la primera sala de Jardín en esa escuela que siempre fue solo primaria.

Mucha responsabilidad. 

Veinticinco niños esperan con sus familiares que se abra la puerta de un mundo nuevo para ellos y para mí.

Me veo de cinco años, haciendo pucheros para no ir al Jardín, y vuelvo a sentir que las lágrimas quieren estallar, quedan atrapadas entre mis pestañas. Otra vez me trago las lágrimas.

La directora me dice que abramos la puerta porque ya es la hora.

Dejo los recuerdos en el pasado y en el presente recibo a cada uno de esos pequeños .

Veo tantas caritas mirándome siendo miradas por mí, tantas manos que se aferran a las mías como yo a ellas. Tantos padres y madres, abuelos y abuelas, tíos y tías preguntándome o diciéndome algo .

Flashes y más flashes para registrar ese primer día de los chicos, de la maestra y de una sala nueva de Jardín. 

Los familiares se despiden con frases que son mandatos para esos niños: pórtate bien, no llores, en un ratito te vengo a buscar, divertite.

Inolvidable primer día de un oficio que con los años me supo maravilloso, en el que desde que tengo cinco años me propuse hacer felices a los niños. Una utopía.

Junio de 2009. Estreno el cargo de supervisora pedagógica presentándome en la escuela 24 del DE 11, en esa escuela hice mi primera observación y práctica docente en 1975, han pasado tantos años que sólo lo recuerdo cuando estoy dentro del edificio.

Otra vez las lágrimas pugnan por salir, esta vez no las sofoco.

El auxiliar de portería se acerca y me dice ya la anuncié a la directora y dice que pase a su despacho. El hombre me observa.

Le explico porque lloro de emoción.

Es la primera vez que estando en una escuela no tengo que mostrarme fuerte, que no ahogo las lágrimas ni las reprimo.

Es la primera vez que entiendo que van a entender porque lloro.

Ese auxiliar que no conozco me recuerda a mi abuela María, que era como él portera de una escuela a la que me llevaba los días de Actos Escolares antes de mis cuatro años.

Creo que de ella aprendí a amar la escuela.

Creo que por ella elegí ser docente.

Creo que no le estoy contando a ese hombre el porqué de mi emoción.Te lo estoy diciendo a vos abuela. Tu nieta es esta supervisora que se propone garantizar el derecho a la educación de los niños. Es aquella chiquilla que lloraba y no quería ir al Jardín pero quería ser maestra jardinera para hacer felices a los niños.

Una utopía a la que nunca renuncié.

*Por Susana Martino, Prof. Cs. de la Educación.