Amor de transferencia*

Del amor erótico ya hemos hablado en otras ocasiones. Repetir que el romanticismo como movimiento profundamente atravesado por la religión, intentó regular, censurar y limitar el sexo despegándolo del sentimiento amoroso, para así reducir a aquel a un mero acto reproductivo y éste a un cuasi puro afecto cristiano, bueno es decir del amor erótico lo tan consabido, aburrido, e irreconciliable que aún hoy siguen sosteniendo los seres en pugna al copiar “las verdades” de esta cultura tan representativa de los que ganaron.

Porque basta recorrer un poco la historia de las culturas precoloniales, para comprender otros significados del sexo, y con él del amor.

Los otros amores, aquellos en los que la sexualidad no juega el rol protagónico; o por lo menos en las que éste es sublimado adecuadamente, por ejemplo, el amor filial (siempre y cuando la perversión no haga de las suyas). El amor en la amistad donde la represión también tiene algo que decir; los amores simbólicos, como a las ideas, a la patria, a Dios, y cuantas más cosas estén cargadas de las suficientes investiduras personales que traduzcan el amor propio, incluyendo el deseo, la perfección, el miedo, y la trascendencia; de todos ellos podríamos ocuparnos en próximas entregas, si ustedes hacen las señales pertinentes de interés por ellos.

En esta oportunidad se me ocurre compartir con ustedes un concepto controvertido, como lo es el amor de transferencia.

Transferir, del latín, es transportar algo de un lado al otro. ¿Qué se quiere decir entonces con llevar el amor a ese otro lado (o persona) al que parece que originalmente no está destinado? Y en todo caso ¿Cuál es verdaderamente su depositario “correcto”?

No nos meteremos muy profundamente en los entresijos de los argumentos de quienes defienden, y explican, dicha teoría, pero sí es sencillo (¡dixit!) constatar su efecto, sus consecuencias, y los beneficios de su buen manejo.

Aunque muchos sostengan que todo amor es una proyección (investidura) en el deseo de completarse, en un objeto, de acuerdo a la consciencia adquirida como los seres inacabados que somos, encontrar y desarrollar esa posibilidad, correspondida y más o menos satisfactoria, no deja de ser un anhelo y un logro deseables. Pero cuando no es correspondido; cuando es inadecuado, o cuando como en el tema que estamos tratando, es un error involuntario (por no decir más acertadamente inconsciente), nos abocamos a un drama que roza más la tragedia que la anécdota, cuando engloba al conjunto y se pierden (o se boicotean por resistencia) los verdaderos objetivos buscados, verbigracia la ayuda demandada en procura de la resolución del conflicto presente.

Transferir a alguien lo que en realidad corresponde a otro personaje real, o imaginario (padre ideal, príncipe azul, protector incondicional), no solo es engañarse sino condicionar al receptor a asumir un rol al que se resiste, se defiende, y no está dispuesto a cumplir, aún sin saberlo muy claramente, esto es en los llamados “amores equivocados” o tóxicos. Y puede tener consecuencias más o menos importantes e incómodas; pero en esto que el psicoanálisis llama amor de transferencia, la tragedia está asegurada cuando se resuelve mal.

Pero no todo es negativo, como podría deducirse de lo hasta aquí expuesto.

Con ser una energía poderosa, tan determinante como para incidir en la propia materia; necesaria hasta el punto de otorgar sentido a la existencia, y transformadora cuanto generadora de vida y facilitadora de sueños y proyectos, también deja su impronta, me atrevería a decir imprescindible, en aquellas relaciones que, como en la terapéutica, el amor es capaz de construir puentes con un pasado al que solo se puede llegar a través de la memoria, cuando esta se permeabiliza de las zonas oscuras atrapadas por la angustia y sus mecanismos de defensa.

Energía poderosa, decíamos, que establece fuerte vínculo capaz de permitir transitar acompañado las sendas escabrosas de una historia la mayoría de las veces, plagada de monstruos imaginarios (otros tantos reales) que nos dejaron cicatrices más o menos indelebles, manifestadas en sufrimiento de un presente atado ellos.

Por supuesto que traspasamos cotidianamente afecto, admiración, ideales, deseos, y tantas otras emociones, que con “suerte” algunas veces son devueltas en esa energía que nos impulsa y potencia; en otras nos frustra, y en las menos nos daña. Probablemente sea inevitable, y es de esperar que el precio a pagar no sea muy alto; mucho dependerá de nosotros que así ocurra. 

Hasta aquí apenas una presentación de este fenómeno de la transferencia en los afectos, de ellos particularmente el amor erótico (de Eros=vida). Seguramente el más expuesto por estar atravesado por la sexualidad, que entre la pulsión y el instinto; lo dinámico e histórico del sujeto conviviendo con lo estático y congénito de su herencia, producen una convivencia tórpida y conflictiva agudizada por la moral y de la mano de una cultura represiva y culposa, hace aún más complicado el tema que les he propuesto.

Espero, por lo menos, haberles aportado dudas y despertado curiosidades. Las respuestas tendremos que saber encontrarlas cada uno.

*Dr. Carlos Nieto
Oga Cultura y Transformación