ALEGATO POR LA LIBERTAD PARA MORIR*

Poco más se puede decir a lo expresado ya, y con tanta claridad, por los más grandes
pensadores que, desde las distintas disciplinas, abogan por recuperar condiciones de vida y
valores por lo que la humanidad entrego tantos ilustres hijos, y que fue rindiendo calidad de
existencia, por el predominio de lo mismo que construimos para ese objetivo, es decir el
bienestar general. En otras palabras, estamos empezando a invertir las cosas y hoy somos
esclavos de la cultura dominante.
Solo se me ocurre que si nos planteáramos definirnos no como defensores de la eutanasia
contra el sufrimiento, el dolor, y la indignidad (y no contra los cuidados paliativos), sino como
valedores de la libertad, la elección y decisión soberana sobre nuestra vida, entonces es muy
posible que no seamos atacados, ni perseguidos, o juzgados como asesinos o monstruos
adoradores de la muerte.
Tal vez entonces dejaríamos de jugar a los conceptos banales, y cada vez más vacíos,
imposiciones de la cultura dominante que le atribuye a ese valor tan manoseado, la libertad,
tan meritorio símbolo; tantas veces levantado como estandarte de evolución y progreso,
como pisoteado y mancillado por los intereses económicos y de poder de los dueños del
mundo.
Tal vez en ese tiempo por venir, tomemos conciencia del verdadero valor de la vida, y nos
aprestemos a celebrarla en toda su dimensión, y dejar de ser meros actores secundarios de un
libreto ajeno. Seguramente en ese tiempo, la muerte perderá el halo tenebroso de un final
que, aunque lo aceptamos intelectualmente, no queremos asumir porque esta cultura, su
ciencia y su modelo nos han querido convencer que somos inmortales.
Porque los profesionales de la salud que hemos transitado los límites de la ciencia; que nos
hemos topado con el absolutismo de creernos omnipotentes y capaces de vencer a la muerte;
que como científicos sabemos de la relatividad de todas las cosas, y no adscribimos a la magia
ni a relatos enmascaradamente supersticiosos, por más carácter oficial que se les adjudique, y
aprendimos a reconocer los límites y la imperfección de nuestra profesión, a fuerza de dolor y
humildad, nos hemos constituido en defensores de la libre disponibilidad de la vida, a
sabiendas que allí radica la única dignidad, la verdadera ética y el más puro amor del que es
capaz el ser humano.
Y aquellos que han transitado el dolor de la despedida de un ser querido. Que han
acompañado su agonía de dolor y sufrimiento, confundidos y angustiados; que han tenido que
ceder ante la arrogancia deshumanizada de los mediadores investidos de un saber absoluto
(jueces, médicos, sacerdotes y políticos) a una vida que se va acabando, y mienten con salidas
mágicas o con esperanzas fatuas, y fundamentos morales viciados de toda nulidad, ellos
también tienen que apelar a su más grande compasión y a todo su amor para culminar la obra
de vida de ese ser querido y acompañar la despedida.
Nadie puede decirnos donde está la verdad, aún si admitiésemos su existencia, ni arrogarse el
derecho a censurar e imponer criterios de vida y muerte, por más representantes que la
ciencia los haya nombrado, o portavoces de divinidades se sientan.
Polemizar sobre la libertad concebida como un bien universal, pasa a ser un acto de soberbia,
una arrogancia desmedida de los que pretenden, queriendo imponer sus principios, diseñar el mundo según sus intereses. Pero no son más que sus propias contradicciones y las angustias
por su existencia superficial; mientras tanto su indolencia condena al sufrimiento a quienes
quedan a merced de sus leyes.
Porque el padecimiento no está sólo en el dolor físico. Y sus drogas morfínicas, sedantes o
neurolépticas no están pensadas para el agobio vital que puede acompañar o no la afección
desencadenante, manifestado por el deseo de dar por concluida su vida, en esta realidad.
Claro, pero esto no entra dentro de las disquisiciones de las ciencias de la salud, ni de las
ciencias jurídicas, y mucho menos en el ámbito de la espiritualidad; atraviesa todos esos
paradigmas y es potestad solo del sufriente.

*Dr. Carlos Nieto
Espacio Cultural Oga, cultura y transformación