19/01/2018

JUSTICIA Y NO VENGANZA


Si se preguntó acerca del nombre de la calle en que vive, su curiosidad se asemeja a la que tenemos en la Gaceta. Estamos investigando las vidas de las personas cuyos nombres identifican al barrio, comenzamos con una historia curiosa, la de Marcelo Gamboa ¿el primer caso de justicia legítima?

 


Estudiando las desconocidas vidas de ilustres personas que distinguen nuestro barrio, parece oportuno comenzar con la historia de Marcelo Gamboa. En Versailles tiene 9 cuadras, desde la Gral. Paz hasta Lisboa. Desde el año pasado, ya no es doble mano sino que corre en sentido hacia Provincia. El 106, 109, 47, 21 y 80 pasan por sus esquinas a diario.
Ahora, ya familiarizados con la calle aclaramos (y agradecemos) el gran aporte del abogado Carlos Ríos quién llevó esta investigación adelante.

En la historia de la abogacía existen personajes emblemáticos cuyas actuaciones, en determinados momentos de sus vidas, han definido el perfil ideal del oficio. Universalmente se sabe de valientes abogados que, en la defensa de los intereses de sus clientes, se han enfrentado al poder sin trepidar en las consecuencias de su osadía.
Marcelo Gamboa fue letrado y hombre público de Buenos Aires, supo honrar su ministerio ejerciendo con, valentía y decisión.

Cuando asumió la defensa pública de los hermanos Reinafé, acusados de haber instigado y facilitado el asesinato del General Quiroga, no había constitución ni garantías. El debido proceso no existía y el derecho de defensa no era más que una quimera. Los juicios se hacían para guardar las formas y legitimar la sentencia dictada de antemano.

En ese contexto la ímproba actuación de Gamboa en el proceso de Barranca Yaco.
Barranca Yaco es un paraje enmarcado en la geografía subyugante del norte cordobés. Está muy cerca de Sinsacate cuya posta, a la vera del camino real, era un punto de enlace muy importante durante la época colonial y las décadas posteriores a la independencia.

Allí, en un paisaje serrano cortado por talas, espinillos y algarrobos, Facundo Quiroga cayó asesinado el 16 de febrero de 1835. Fue emboscado por Santos Pérez y su partida cuando volvía de una misión en el norte del país. Nadie de la comitiva que acompañaba al general riojano salió vivo; ni siquiera un natural sentimiento de piedad pudo arrebatar de la muerte a un niño que oficiaba de postillón y llamaba desesperado a su madre. El crimen, al margen de sus implicancias políticas, ganó pronta fama por atroz.

En Córdoba mandaban entonces los cuatro hermanos Reinafé: José Vicente –el gobernador-, José Antonio, Guillermo y Francisco. Eran hijos de un irlandés de apellido Queenfaith radicado en Tulumba en el siglo XVIII. En pocas décadas logró amasar una considerable fortuna de la nada y arraigar de tal forma al suelo cordobés que no tardó en mutar su patronímico a la traducción literal, fundando un efímero clan de caudillos.

Precisamente con Quiroga tenían los hermanos cuentas pendientes. Había ofensas e inquinas personales originadas durante la Campaña del Desierto, pero también muchísima desconfianza. El general riojano era un peligro siempre latente para el clan. Ya había intentado una vez apoderarse de Córdoba atizando el fuego de una revolución finalmente sofocada, pero nada garantizaba que no fuera a hacerlo nuevamente. Si aquél tenía éxito, el gobernador de Santa Fe se vería también perjudicado pues habría perdido, a favor de su socio de hecho, una provincia que le era adicta.

Amparados seguramente en la impunidad que les deparaba el hecho de saberse prestadores de un servicio al General López, los Reinafé planearon y encargaron el homicidio haciendo una errónea evaluación de la reacción de las provincias y del resto de los caudillos. Fueron poco precavidos y dejaron huellas por doquier de su criminal encargo.

Producida la muerte de Quiroga y difundida la infausta novedad, el dedo acusador de los pueblos no tardó en posarse sobre los miembros del clan.

El gobernador José Vicente ordenó una investigación llevada a cabo en Sinsacate. Una auténtica farsa montada para salvar las apariencias y desviar la atención. Pero no lo consiguió. En Córdoba todos sabían que Santos Pérez era el autor de la tragedia y que había actuado cumpliendo órdenes del gobierno provincial.

La caída de la poderosa familia resultó inexorable cuando su último anclaje y protector, el gobernador de Santa Fe, le soltó la mano. Rosas, recientemente arribado al gobierno de Buenos Aires, se había transformado en el principal acusador y López no tardó en plegarse a su causa.

Ambos intimaron la dimisión de las autoridades de Córdoba, emplazando a los Reinafé y sus cómplices a comparecer a juicio ante Buenos Aires. José Vicente renunció el 7 de agosto de 1835. A partir de entonces se sucedieron, uno tras otro, seis gobernadores en 21 días; pero sólo Manuel López, comandante del río Tercero, logró consolidarse. Fue el único bendecido por el mandatario de Santa Fe, sin cuyo concurso no era posible mantenerse.

El nuevo gobernador delegó en el de Buenos Aires su jurisdicción para juzgar el delito. La muerte de Quiroga y el castigo de sus asesinos se habían convertido en un emblema federal que Rosas agitaba como bandera política para consolidar su absoluto poder. Culpaba a los Reinafé como parte de una confabulación de unitarios.

Los hermanos y Santos Pérez pretendieron escapar cada uno por su lado, pero todos fueron finalmente capturados. Los acusados fueron llevados a la ciudad del Puerto en remesas sucesivas. Un antiguo enemigo, el General Paz los veía pasar desde su prisión en Luján.

Notables abogados asumieron la defensa de los reos. El Dr. Marcelo Gamboa era ya, por entonces, un reconocido letrado del foro porteño que aceptó defender a José Antonio y José Vicente Reinafé. No ahorró coraje ni recursos en el ejercicio de su ministerio, desplegando sus dotes de exquisito jurista.

En un célebre escrito dirigido al juez comisionado, Gamboa desarrolló argumentos de orden político y constitucional que minaban la legitimidad del proceso seguido en contra de sus pupilos. No se le escapaba la trascendencia de la causa y la agitación que ella suscitaba en la opinión pública, pero advertía que “Justicia y no venganza es el grito del Pueblo Argentino”, y llamaba a poner el acento en la ley silenciando el murmullo de las pasiones.

Gamboa censuraba que el Gobierno de Buenos Aires tuviera atribuciones para juzgar a los Reinafé, entre otros motivos, porque en una circular anterior dirigida por Rosas al gobierno de Córdoba, se aseguraba que los cuatro hermanos eran los responsables de la muerte de Quiroga. “Todas las leyes – decía el defensor – aborrecen que el que ha manifestado su juicio sobre cualquiera causa antes de resolverse, pueda ser juez en la misma”.

El abogado denunciaba que un juez no podía ser imparcial en tales circunstancias; una observación elemental y de sentido común en el ejercicio cotidiano de la abogacía.

Como buen hijo de la Ilustración, Gamboa creía en las bondades de la imprenta y, por tal motivo, solicitó permiso al gobierno para publicar su escrito defensivo. Sabía que la opinión pública, alimentada por el discurso oficial, ya había juzgado y condenado a sus clientes. Con la difusión de su defensa pretendía, probablemente, atenuar el rigor de esa condena, haciendo oír la única campana que los Reinafé podían hacer sonar a su favor.

La petición exasperó a Rosas: “Sólo un unitario tan desgraciado como bribón pudo concebir la idea de publicar en forma aislada la defensa de los feroces ejecutores de una mortandad sin ejemplo en la historia del mundo civilizado”. La incidencia fue resuelta, pues, no sólo prohibiendo esa publicación, sino sancionando al letrado, entre otros castigos, a no ejercer la profesión de abogado, ni hacer escrito por más simple e inocente que sea, so pena de ser paseado por la calles en un burro celeste o de ser fusilado si trataba de fugar del país. “La crueldad – dice Cárcano -, está mezclada con la burla, el vejamen con la risa, brota el sarcasmo como expresión de la suma del poder”.

En virtud de la sentencia emanada por el juez supremo de la confederación, Gamboa tuvo que dedicarse, durante el resto del régimen, al desempeño de actividades más inocentes. El retiro forzoso de la abogacía lo puso a matar el tiempo estudiando medicina. Después de 1853 prestó destacados servicios a su provincia.

El oficio de la defensa – observaba Rafael Bielsa – añade a la condición y a los atributos del abogado una cualidad que define el sentido de su profesión como defensor de la libertad y del derecho, aún a costa de su propia tranquilidad, pues le obliga a la lucha, no sólo contra el adversario sino también contra la arbitrariedad.

En esa lucha por el derecho, la defensa de los hermanos Reinafé por el Dr. Gamboa es todo un ejemplo. Muestra al abogado en la soledad de su ministerio batiéndose contra el poder, la pasión y el clamor público, sin más fuerza que la razón, invocando las leyes universales en auxilio de sus pupilos. Fue una actuación valiente, aún a costa de hacer el ridículo paseando en un burro celeste o ser fusilado si trataba de fugar.
Si deseas conocer el origen del nombre de tu calle envia un mail a info@gacetadeversailles.com.ar

 

Por Rodrigo Marcogliese

Fuente: Dr. Carlos Ignacio Rios

 

VOLVER

 
 
 

  16 de noviembre, "Día del vecino de Versailles" 

   

 

Sitio web de la Ciudad:

 

 

 www.facebook.com/gacetadeversailles?ref=stream // info@gacetadeversailles.com.ar // Inscripto en la Dirección Nacional del Derecho de Autor Expediente N° 5.304.251

Dirigido por Rodrigo Marcogliese